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Al «navarrismo» le llega la hora de dejar decidir a Nafarroa

UPN es un partido repleto de incoherencias. La más flagrante consiste en definirse como «navarrista» cuando no reivindica la soberanía de Nafarroa, sino la soberanía española sobre Nafarroa. Conviene recordar que se trata de un partido que no tiene una trayectoria histórica de un siglo o más, como sí ocurre con las otras grandes familias políticas del país (el PSOE, el PNV, la izquierda abertzale en sus distintas expresiones, las derechas española y francesa). UPN se creó a finales de los años 70, hace realmente muy poco tiempo, en una operación destinada a mantener a Nafarroa como había quedado diseñada en el franquismo. Por eso, al contrario que el resto, la clave de su acción no es una oferta política en positivo, no aporta una alternativa a lo existente, no hay unos objetivos estratégicos en el horizonte. Su única propuesta consiste en explotar un temor, el que resume la frase «que vienen los vascos».

Desde esta premisa, en su trayectoria UPN ha recurrido a exacerbar algunos miedos ya existentes y cultivar otros nuevos. Ha vetado cualquier relación institucional con el resto de herrialdes vascos, convirtiendo así en conflicto político un hermanamiento que es natural a nivel social. Ha renegado del idioma y la historia propios de Nafarroa, rompiendo incluso cierta tradición euskaltzale en ámbitos de la derecha navarra franquista. Ha excluido a partidos, sindicatos y colectivos sociales llegando a puntos tan insólitos -por antidemocráticos- como aquella resolución parlamentaria que establecía que los abertzales nunca debían gobernar Nafarroa. Ha combatido banderas y hasta mástiles, ha perseguido Olentzeros y otras fiestas, ha hecho casus belli de mapas del tiempo... Resulta casi una broma macabra del destino que su actual crisis se haya desencadenado en uno de los buques insignias de esta estrategia aislacionista: Caja Navarra. Como reconoció con la boca pequeña su exdirector Enrique Goñi en el Parlamento, su viabilidad económica quedó muy tocada cuando se tomó la decisión política de negarse a la fusión con las otras cajas vascas, la más lógica en parámetros económicos pero todo un anatema para UPN. Y todo ello ocurrió al mismo tiempo que, otra formidable incoherencia, la caja de los navarros era esquilmada por estos mal llamados navarristas, vía dietas.

Nafarroa tiene cadenas; las del miedo

Evidentemente, todo lo anterior no tapa una realidad objetiva: UPN, sola o en coalición, ha sido la formación más votada y claramente hegemónica en Nafarroa desde 1991 hasta la actualidad. A ello habrán contribuido aciertos propios y desaciertos ajenos, pero sobre todo ha sido el producto de un escenario general marcado por esos miedos. Las cadenas del temor en Nafarroa han sido demasiado largas y pesadas, lo han condicionado todo. Sin necesidad de remontarse más atrás, basta recordar el silencio clamoroso impuesto por el franquismo, que estuvo a punto de mandar al olvido para siempre lo ocurrido en Ezkaba, en Sartaguda, en Urbasa... Tampoco la llamada transición fue pacífica y democrática en Nafarroa, sino condicionada por alarmas recreadas con intenciones políticas concretas: Sanfermines de 1978, Montejurra... Luego, las tres décadas posteriores han estado marcadas por un enfrentamiento armado que ha prolongado un escenario de excepcionalidad absoluta, alterando mayorías e imposibilitando un debate sereno sobre Nafarroa, en Nafarroa.

UPN ha aprovechado todas esas aguas revueltas para impedir cualquier cambio. Pero para ello también ha tenido que crear un sistema de poder excluyente hasta el límite, cerrado a cal y canto, endogámico a más no poder. Un sistema que queda muy bien reflejado en las caciquiles reacciones de Miguel Sanz ante el Parlamento («a mí que me olviden») o ante los tribunales («la imputación no me ha gustado»). Y, sobre todo, ha tenido que recurrir a quitar la voz a la ciudadanía navarra. El hecho de que el Amejoramiento lleve 31 años de aplicación sin refrendo ciudadano no es una peculiaridad navarra positiva, como sostuvo en su día el exdirigente de UPN Alberto Catalán. Es lo que parece: una imposición intragable y una demostración de miedo. Otro tanto ocurre con la actual negativa feroz a adelantar las elecciones pese a la zozobra en el Gobierno navarro, una negativa con el único objetivo de evitar que el voto abertzale crezca, según se admite explícitamente, sin reparo ni vergüenza.

Unas elecciones y un debate pendiente

Llegados ya a 2013, la cadena del miedo se tiene que romper en Nafarroa, de una vez por todas. Ya no cabe ninguna de las excusas del pasado para seguir tratando a su población como menor de edad. La moción de censura presentada el viernes por EH Bildu contra Yolanda Barcina supone una opción de soltar esos lastres y dejar que la ciudadanía navarra decida como sociedad madura que es. Primero en unas elecciones que recompongan un panorama institucional hecho añicos. Y luego a través de un debate sosegado, abierto y democrático sobre qué quiere -y puede- ser Nafarroa en este siglo XXI.

Ahí UPN -obviamente con otras caras porque será el más interesado en cambiarlas cuanto antes- será un partido más. Reivindicará, nadie lo duda, su autonomía uniprovincial sometida a España, pero tendrá que hacerlo ya en igualdad de condiciones, sin miedos, ni tabúes ni las caretas que se han caído en estos meses. Sabe, porque siempre lo supo, que es posible que pierda. Por eso intenta impedirlo. Por eso hay que llevarle a ese terreno.

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