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ENSAYO

Contra la esclavitud asalariada

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Iñaki URDANIBIA

Desde la originaria y bíblica maldición divina, causada por la malsana curiosidad femenina, el hombre ha de ganarse el pan con el sudor de la frente ( y la mujer, parir con dolor... o con epidural). Los latinos dieron nombre a esta actividad con el nombre de un instrumento de tortura, el tripalium. Se mire por donde se mire, está claro: el trabajo es una verdadera putada. Lo demuestra el lema sangrante con el que los nazis adornaban la entrada del campo de Auschwitz: Arbeir macht frei... Pues eso, que el trabajo os hará libres o, como aquella canción de hace unos años: el trabajo nace con la persona, versión ligera de la afirmación engelsiana del papel del trabajo en la transformación del mono en hombre...

El libro de Bob Black (Detroit, 1951) lo deja claro desde las primeras líneas: «El trabajo es la fuente de casi toda la miseria existente en el mundo. Casi todos los males proceden del trabajo o de vivir en un mundo diseñado en función del trabajo. Para dejar de sufrir, hemos de dejar de trabajar». Como aclaran el autor y el epiloguista del libro, Julius Van Daal, esto no supone que no se deba hacer nada, sino que la cuestión consiste en cambiar el modo de vida, basándolo en el juego, dando así a la existencia un tono lúdico y creativo. No andaría lejos en exceso aquella visión expuesta en la «Ideología alemana» por Karl Marx, nada dado a elogiar el ocio por cierto, en la que proponía dedicarse un día a una labor y otro a otro, variedad trasladada a la propia jornada en la que a la mañana se podría cazar, a la tarde pescar y a la noche cuidar el ganado (aunque quizá según se mire la propuesta es ocupar el día con esa actividad «dañina y funesta» de la que él mismo hablase, de joven, en sus «Manuscritos de 1848»).

Lo que aquí se plantea es más radical: es un paso del homo faber al homo ludens, sin caer en la desocupación de un Oblómov cualquiera. La propuesta avanza entre la seriedad y la broma, entre el principio de placer y el de realidad, tomándose en serio ciertas dosis de frivolidad (no confundir con trivialidad), en una fuerte embestida contra los «traficantes de ideologías» que, al fin y a la postre, siempre acaban posicionándose en el lado contrario del ocio (otium), en el seno del negocio (nec otium), marcados con una impronta de «trabajismo»/productivismo, siempre que se cumplan unas condiciones determinadas que, eso sí, dependen de la óptica de cada tendencia. Bob Black se posiciona sin ambages en los pagos de la fiesta permanente, de la convivialidad y de la amistad. Y se apoya para ello en analistas del control social, subrayando, como Michel Foucault, que las fábricas nacieron al mismo tiempo que la escuelas y que las prisiones con el fin de domesticar al personal. Vuelve la vista a las sociedades de cazadores recolectores, de la mano de Marshall Sahlins, y a los modelos solidarios kropotkinianos tratando de escapar de las redes de la explotación, que se apropian del trabajo «sobrante» en provecho para unos pocos. Se encamina así, bajo la sombra del yerno de Marx, por las sendas señaladas por Fourier, Morris y otros, huyendo de las tecnificadas de los Skinner, Owen, etc.

Otro autor a sumar al «club de los holgazanes» de Paul Lafargue, Robert Louis Stevenson, Kasimir Malévitch, Bertrand Russell, o el grupo Krisis... Y eso sí, quien no se atreva a tomárselo al pie de la letra, en estos tiempos de paro puede adoptarlo como vacuna contra las ideas dominantes. Invitación al grito de «¡Proletarios de todos los países, relajaos!» y unas propuestas sagaces y argumentadas (lejos de bravuconadas huecas), con serias dosis de afilado humor que hacen recordar en sus tonalidades al bueno de Jonathan Swift.