Iratxe FRESNEDA Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual
Cocineras y placeres
Difícilmente desvincularía la comida del placer, aunque éste sea un punto de vista sumamente etnocéntrico, burgués y hedonista. Aún recuerdo el sabor que deja la mezcla por la pasión gastronómica y el cine noir. Tuve la suerte de entrevistar a Claude Chabrol en un par de ocasiones. Amante de la buena cocina y de los buenos vinos (y derivados), firmó en 1970 «El Carnicero», una de sus grandes películas, en la que planean las sombras de algunas de sus obsesiones: la exaltación de la comida, los tipos populares, la campiña francesa... Igual de bien lo hizo en «Máscaras» (1987), donde el ambiente provinciano y burgués acoge secuencias en las que la comida da lugar a diálogos incisivos y brillantes. Precisamente de Chabrol me acordé durante el estreno de la «La cocinera del presidente», una película que orbita tan cerca geográficamente y tan lejos del cine de Chabrol. El largometraje de Christian Vincent narra la estancia de Hortense Laborie, renombrada cocinera del Périgord, en el Palacio del Elíseo en la era Mitterrand. La película retrata coherentemente el modo en el que una mujer tenía (tiene) que pelear por ser respetada en su puesto de trabajo. Como afirma el realizador galo, era menospreciada «porque no formaba parte del mundillo y porque era mujer. No se vestía como los grandes cocineros de la época; siempre iba de negro». La película deja en el tintero interesantes nudos de guión en los que se añora algo más de picardía y un ahondamiento en el conflicto que se vive en cualquier cocina del mundo. Bien rodada, con imágenes y actuaciones elegantes, «La cocinera del presidente» parece quedarse en la superficie de una buena historia. Aún así las secuencias gastronómicas nos guían hacia las ensoñaciones del paladar, hacia un destino placentero.