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José Luis Sampedro, un humanista y un hombre honesto hasta el final

«La muerte es la compañera de la vida. La vida sigue adelante: yo no sigo y hay que aceptarlo», reconocía José Luis Sampedro en una entrevista reciente. Con esta visión armónica de la vida, en la que hablaba de ecología, de economía -de la buena- y de justicia, aunque le costara críticas, este escritor, economista y humanista se despidió sin hacer ruido y después de tomarse un campari, que le gustaba mucho. Tenía 96 años.

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A.E. | DONOSTIA

Su viuda y compañera, Olga Lucas, con quien escribió a cuatro manos «Escribir es vivir» y «Cuarteto para una solista», no es muy dada a declaraciones públicas, pero ayer sí quiso explicar a la legión de admiradores del escritor, y en declaraciones a Efe declaró que José Luis Sampedro dejó expresamente escrito que quería morir sin ruido y alharacas. En marzo, «me pidió que quería ver el mar antes de morir» y se lo llevó a Denia, pero tuvieron que volver rápidamente a Madrid. Falleció el domingo, aunque no se hizo público hasta ayer, y «como no quería comer nada, a mi sobrino se le ocurrió decirle que si le apetecía un Campari, que siempre le ha gustado mucho, y dijo que sí. Se lo preparamos muy granizado y se lo tomó como un niño y nos dijo: `Ahora me empiezo a sentirme mejor. Muchas gracias a todos'. Luego se volvió a dormir: durmió doce horas más y ya no despertó». La poetisa y traductora Olga Lucas (Toulouse, 1947) conoció a Sampedro a finales de los 90 en un balneario y desde entonces no se han separado. Ahora tiene que ordenar su vida, sus papeles y su mundo. «Han sido 17 años de paz, armonía y bienestar».

El adiós de este viejo maestro que tanto recordaba al francoalemán Sthèpane Hessel -Sampedro escribió el prólogo de «Indignaos» y también colaboró en su siguiente librito, «Reacciona'' dejó a las redes sociales repletas de mensajes de los movimientos sociales surgidos al calor del 15M y la noticia que se convirtió rápidamente en segundo tema mundial en Twitter.

Comprometido con su tiempo, Sampedro nació en Barcelona en 1917 y pasó su infancia en Tánger, donde su padre estaba destinado como médico militar. De ahí se marcharon a Soria y, tras aprobar unas oposiciones para técnico de Aduanas, fue destinado a Santander. Tenía 18 años y corría 1935. Aquel chico que iba a misa con su madre fue movilizado por los dos bandos: por los republicanos, para cubrir las bajas de un batallón de anarquistas («El batallón 109 de la 14 Brigada del Ejército del Norte me conquistó»), y por los franquistas, cuando tomaron Santander en agosto del 37.

Economía, paz y desarme

Se doctoró en Económicas, terminó por interesarse más «por la parte social de la economía que el arte de hacer dinero» y se dedicó durante más de treinta años a la docencia, principalmente en la cátedra de Ética en la Complutense, donde tuvo como alumnos a Solchaga, Boyer o Elena Salgado. «Hay dos clases de economistas: los que se dedican más que nada a hacer más ricos a los ricos, y los que nos dedicamos a hacer menos pobres a los pobres. Gran parte de las cosas que nos están pasando se debe al predominio de los otros».

Esta actividad la alternaba con la escritura. Escribía por «necesidad» y de la «mejor forma que sabía», y de su pluma salieron novelas como «El río que nos lleva» (1961), «Octubre, octubre» (1981) o «La sonrisa etrusca» (1985). Fue también un hombre comprometido que, con su verbo sencillo y sus explicaciones a pie de calle, consiguió conectar con miles de jóvenes. Él que vio nacer a la Europa moderna, se revolvía contra la decadencia de una época que consideraba acabada.

Librepensador, explicaba en «en 2000 años, desde Grecia, la técnica y la ciencia han progresado; se han hecho milagros como ir a la Luna, pero seguimos matándonos los unos a los otros. (...). Cada civilización ha tenido un referente. Para los griegos, el hombre era la medida de todas las cosas; en la Edad Media, era dios y en la época en la que vivimos, el referente supremo es el dinero. Para mí, el referente supremo es la vida». Se pasó años denunciando todo aquello que le preocupaba del mundo, y no lo hizo «por espíritu guerrero» sino por respeto a sí mismo y por «deber personal de honestidad». Por eso fue uno de los 500 intelectuales que, en abril del año pasado, firmaron el manifiesto «Paz y democracia para el País Vasco»en el que pedía «Diálogo ETA-Gobierno español para un cierre ordenado de ETA como organización armada».

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