Francia se ha encogido este fin de semana con la evasión de Redoine Faid, ladrón de furgones blindados al que implican en un tiroteo que acabó hace dos años con la vida de un agente de la Policía municipal del Val de Marne. Con ayuda de una pistola y de explosivos, el recluso ha logrado fugarse de la cárcel llevándose consigo varios rehenes a los que dejó poco después en libertad.

Aun siendo extremadamente espectacular, no es esta la mayor evasión que ha conocido el país en las últimas semanas. Más estremecedora está siendo la evasión de capital protagonizada por un hombre cercano al actual presidente, Jerome Cahuzac, secretario de Estado de Finanzas que se ha visto obligado a dejar el cargo al descubrirse los millones que escondía desde hace tiempo en Suiza.

Estando las cosas como están, una encuesta realizada en febrero, antes de que estallaran este y otros escándalos, advierte de que la mayoría de los jóvenes franceses sueña con una gran evasión, una huida del país hacia un exilio más prometedor. Por primera vez desde que comenzara a realizarse este sondeo, son más quienes piensan en un futuro en el extranjero que en su propio terruño, todo un golpe al chauvinismo.

Pero todas estas evasiones son una minucia para la gran evasión, esa con la que desde hace algunos días sueña François Hollande, esa que le lleve lejos de todos los problemas que acechan a su presente y su futuro políticos. Porque, vista su incapacidad, la única salida que le queda al promotor de la desternillante «ley de moralización de la vida política» es la fuga. De ahí su interés en atrapar cuanto antes al tal Faid.