Compatible
Carlos GIL
Analista cultural
Picasso no sería Picasso si en algún momento hubiera tenido que compatibilizar su fascinante locura creadora con una vida considerada normal. Para Kafka la vida no tenía sentido sin entregarse al acto de la escritura. Fue un empleado sufriente que alucinaba por las noches escribiendo como un gran acto plenipotenciario de su mismidad. La literatura no es un sucedáneo, sino una manera de vivir. Mozart levantaba la vista de las teclas del piano para reconocer el extrarradio, lo ajeno. No es fruto de una obsesión vehiculada desde la urgencia administrativa lo que hace que Bob Wilson entienda el teatro como una ceremonia de reconstrucción de la humanidad.
¿Es el arte compatible con la vida? ¿O debemos formular la pregunta a la inversa? Los artistas que no entienden la vida, ni las ordenanzas, ni los ciclos vitales más allá de esa pulsión creativa superior a cualquier visado, nunca podrán dirigir un ministerio. Su misión es bastante más elevada que la simplificación funcionarial. Quizás la única justificación de la existencia de la gestión cultural sea la de salvaguardar la creación más allá de lo anecdótico. Al servicio de los artistas y de sus obras antes que al presupuesto. La fórmula más sencilla de preservar la especie, de perpetuar la vida cultural a través de sus creadores libres.
Alguien debe abrir la puerta de la sala porque los horarios en los que asisten las fuerzas creadoras a sus citas son siempre aleatorios y arbitrarios. No se trata de cumplir un expediente, sino de convertir un estado de ánimo en una música universal, un poema, una imagen o un gesto definitivo. El gestor debe atender a esos intangible para convertirlos en cultura democrática.