Un país bajo escrutinio constante e hipócrita
La ajustada victoria de Nicolás Maduro sobre Henrique Capriles ha sido el detonante de una oleada de disturbios que ya ha causado la muerte de varias personas e importantes destrozos en sedes del gobernante PSUV y en otros inmuebles e infraestructuras. Había inquietud sobre cómo reaccionaría la derecha venezolana ante una nueva derrota de su candidato, esta vez en ausencia de Hugo Chávez, y la respuesta más inmediata ha sido clarificadora. Después de una campaña áspera con su rival pero de perfil ideológico bajo, en el que incluso ha querido apadrinar algunos de los logros del fallecido mandatario, el gobernador del estado de Miranda ha recuperado su perfil golpista, el mismo que le llevó a acosar la embajada cubana hace una década. Y junto a él asoma una clase pudiente que se muestra reluctante a aceptar este nuevo fracaso.
Capriles ha decidido sacudirse la frustración con un llamamiento a la movilización que incluye el asedio de las sedes del órgano rector electoral. Un pulso en toda regla que, nadie puede llevarse a engaño, no sería posible si el aspirante venezolano no se sintiera arropado por buena parte de la comunidad internacional. Entre la renuencia de algunas cancillerías a aceptar la victoria del candidato del PSUV, y la falta absoluta de críticas a los disturbios organizados por la derecha, aquellos que nunca han disimulado su oposición al proyecto bolivariano están mostrando el cinismo que acompaña a sus recurrentes llamadas a la democracia.
La exigua diferencia entre Maduro y Capriles debe motivar la reflexión de los sectores populares que apuestan por mantener el camino emprendido hace catorce años, pero no debe servir de excusa para poner en duda un resultado que habría sido inmediatamente avalado si se hubiera producido en otro país o hubiera sido en sentido opuesto. La democracia venezolana no puede estar sujeta al escrutinio constante e hipócrita de quienes, por ejemplo, son incapaces de explicar cómo le ganó George W. Bush las elecciones a Al Gore.