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CRíTICA: «La caza»

Los juicios paralelos en una sociedad paranoica

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Mikel INSAUSTI

Cuando hablamos de una sociedad cada vez más paranoica pensamos en los Estados Unidos, pero lo cierto es que en el viejo continente también se dan comportamientos violentos provocados por el miedo al vecino. Si se quiere lo que ocurre en «Jagten» se resuelve de una manera más civilizada, más europea, pero los hechos son en cualquier caso indicativos de un estado de alerta permanente. Nadie se fía de nadie, y las alarmas de seguridad saltan en cuanto el muro de sobreproteccionismo que rodea a la familia y a la educación paternalista de los niños y niñas se ve amenazado.

El protagonista pasa a ser sospechoso de pederastia con el simple testimonio ingenuo de una niña confundida, porque los padres al cuidado de la pequeña se basan en la creencia de que los niños siempre dicen la verdad. Se les olvida que los menores imitan a los adultos, y la supuesta víctima de abusos ha reproducido el sentimiento de los celos tal como lo viven los mayores, vengándose así del adulto del que quería tener toda su atención y mimos para ella sola.

Semejante chiquillada pone en peligro la reputación social del directamente afectado, que será rechazado, junto con los suyos, por el resto de la cerrada comunidad rural de cazadores en la que vive. El juicio paralelo y el linchamiento moral al que es sometido recuerda al que Spencer Tracy su fría en el clásico de Fritz Lang «Furia». El gran acierto de Thomas Vinterberg es el elegir para ese rol de diana humana a Mads Mikkelsen, un actor al que por su dureza expresiva tienden a encasillarle como villano. Sus facciones parecen pasarle una mala jugada, sin que apenas nadie crea en la inocencia de su personaje. Una compleja dualidad tan bien representada que le valió en el Festival de Cannes el Premio de Mejor Actor, al saber transmitir el drama interno de un hombre inocente señalado por los demás con el dedo acusador. Pero lo más arriesgado de su interpretación está en la relación con la actriz infantil Annika Wedderkopp, con la que comparte una amistad entrañable, finalmente rota por culpa del vigilante entorno.

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