25 años de autogestión, asambleas abiertas, reivindicación y fiestas gracias al Gaztetxe de Gasteiz
Durante los últimos 25 años los jóvenes de Gasteiz han podido disfrutar de un espacio autogestionado en el corazón de Alde Zaharra. Las personas que han pasado por el gaztetxe destacan que este ha sido una escuela en la que siempre han tenido voz y voto.
Ion SALGADO
Hace 25 años los jóvenes de Gasteiz tomaron las cocheras del obispo con un claro objetivo: establecer un centro autogestionado en el corazón de Alde Zaharra. Un lugar de libertad, dirigido por una asamblea abierta, donde hacer frente a los problemas sociales y políticos vigentes durante la década de los 80. Hoy en día, el gaztetxe de la capital alavesa perdura en lo alto de la colina. Con más legitimidad si cabe, la casa de los duendes resiste al paso del tiempo gracias al relevo generacional y al trabajo realizado por todas aquellas personas que se han valido de este edificio para hacer realidad sus sueños. Al fin y al cabo, tal como defiende Irati Lotina, que comenzó a trabajar en la asamblea a mediados de los 90, dentro de esas paredes «la gente siente que las ideas y los sueños se pueden poner en práctica y se pueden llevar a cabo».
Pero dicha posibilidad no surgió de la nada. Es fruto del trabajo realizado hace 25 años por un grupo de jóvenes que en 1988 tomaron las calles de la ciudad para reclamar un lugar físico donde poder dar respuesta a sus problemas y debatir sobre sus inquietudes. Entre los mismos se encontraba Javi Aguillo, que encuadra la ocupación en el contexto social imperante por aquel entonces. Un tiempo convulso, marcado por la «feroz» represión y la difícil situación económica. «Eran los años de la reconversión industrial y los niveles de paro entre la juventud eran espeluznantes», explica mientras recuerda las políticas «autoritarias» elaboradas por los dirigentes locales. «No daban respuesta a las demandas que teníamos, y así se fue fraguando la necesidad de tener un local autogestionado», añade.
En cuanto a la elección de las cocheras del obispo, señala que los asistentes a las primeras asambleas, previas a la ocupación, decidieron que el edificio debía ser propiedad de alguna institución, en este caso la Iglesia. Tras fijar el objetivo, los jóvenes, que realizaban sus reuniones en la Asamblea de Parados de Zaramaga, pusieron en marcha una dinámica compuesta por manifestaciones y alguna que otra ocupación simbólica. Esta campaña, que logró legitimar sus demandas, se completo con la presentación de una moción en el Ayuntamiento de Gasteiz. Sin embargo, el Consistorio, en manos de José Ángel Cuerda (PNV), no aceptó las peticiones, y desestimó la propuesta sin debatir el texto en el Pleno municipal.
En respuesta a esta situación, el 28 de abril (San Prudencio) un centenar de jóvenes derribó la puerta de las cocheras. «La entrada fue caótica. Nos encontramos santos, carruajes, gitanos que venían a hacer negocio, yonquis que querían rapiñar a algo... Al menos, dentro del caos había una cierta organización», bromea Aguillo, que destaca la visita de un millar de personas el primer día. A estas se debe sumar la irrupción de la Policía Municipal. «El nivel represivo era fuerte, pero con este tipo de historias parece que se mantenían al margen los poderes fácticos, como era la Policía Nacional», relata.
Con el edificio adecentado comenzaron las asambleas. Según afirma, en un primer momento las reuniones, que estaban marcadas por la amenaza del desalojo, fueron diarias y «masivas», ya que en ellas participaban más de 150 personas. En las mismas se comenzaron a crear las comisiones de trabajo y se discutió sobre la gestión de la casa. Fue este punto el que provocó la primera fractura interna. «Había gente que teníamos una visión más política y mas social del tema, y había gente que, a nuestro entender, no pretendía abrir el local a la sociedad. Se llegó a plantear que la entrada no debía ser libre», lamenta, y detalla que la división en el seno de la asamblea se materializó año y medio después de la ocupación. «A partir de ahí hubo un período un poco sombrío hasta que entraron las nuevas generaciones», sostiene cediendo la palabra a Lotina.
Problemas con el Ayuntamiento
Irati Lotina comenzó a participar en la asamblea después de que se produjera el cambio generacional en la gestión del gaztetxe. Su entrada estuvo marcada por la irrupción de quince nuevos rostros en la asamblea y por los cambios que acontecieron durante la segunda mitad de la década de los 90. A partir de entonces la casa de la colina se sometió a una remodelación, y comenzó a trabajar con los movimientos sociales y vecinales. A este respecto, cabe señalar que durante los primeros meses de ocupación los jóvenes tuvieron algún que otro encontronazo con los residentes en Alde Zaharra. Una situación que se solucionó gracias al diálogo entre las dos partes.
«En nuestra época se marcaron horarios para los conciertos. Acabar a las doce de la noche los viernes y los sábados, y a las once el resto de los días. Y con eso éramos muy estrictos. Se llegó a desenchufar algún equipo», subraya. La convivencia con los vecinos tomó una mayor relevancia con la llegada del PP al Consistorio de Gasteiz. La elección de Alfonso Alonso como alcalde supuso un duro golpe para el gaztetxe, que durante ocho largos años tuvo que hacer frente a las amenazas del primer edil. Lotina recuerda la actitud «chulesca» del regidor derechista, que aprovechaba sus intervenciones ante los medios para manifestar su posición contraria a la ocupación y a la autogestión.
La presión sobre el gaztetxe aumentó a partir de 2001, cuando la Ertzaintza detuvo a 17 personas en la casa de la colina por motivos ajenos a su gestión. «El Ayuntamiento aprovechó este hecho para atacar el gaztetxe y empezaron las amenazas directas», detalla la joven, que todavía recuerda la respuesta de la ciudadanía gasteiztarra a las pretensiones del Consistorio. En este sentido, cita la manifestación celebrada en marzo de 2002. Una marcha multitudinaria, en la que se dieron cita miles de personas, que trajo consigo la irrupción de los duendes en el paisaje urbano de Gasteiz y la creación de un lema de sobra conocido entre la juventud vasca: «Gaztetxea gure etxea. Gaztetxea guztion etxea».
«Creo que ante esta demostración de fuerza el Ayuntamiento se echó un poco para atrás. Habían pasado 14 años de la ocupación y muchas personas sentían suyo el gaztetxe. Este sentimiento era el que se quería extender a la gente, para que tomaran el gaztetxe como suyo y se implicaran en su defensa», comenta.
Apoyo de la ciudadanía
Tal vez fue este sentimiento el que motivo el éxito del Gaztetxe Eguna, celebrado en 2005. Iñaki Goñi, que se unió a la asamblea en el año 2003 sostiene que aquella fiesta fue un «bombazo». La jornada, convocada en octubre, se planteó como un «órdago» a Alfonso Alonso y sirvió para demostrar que los jóvenes de la colina no estaban solos. En opinión de Lotina, aquel día la filosofía del gaztetxe traspasó los muros del edificio y se extendió con rapidez por las calles de Alde Zaharra. «Lo vivimos como una victoria del movimiento popular», señala.
No obstante, aquel día la asamblea solo ganó una batalla en una guerra constante con los responsables municipales, que no cejaron en su empeño de derribar el gaztetxe para edificar la quinta torre de Gasteiz. Irati Lotina sostiene que la «amenaza gorda era el aparcamiento con la quinta torre. En ese momento intentaron poner a los vecinos en contra del gaztetxe. Les decían `o aparcamiento o gaztetxe'; y desde aquí aceptábamos la construcción del aparcamiento pero sin tocar el gaztetxe. Sabemos que hay un problema para aparcar en el Casco Viejo, pero no por ello se tiene que poner en juego el gaztetxe».
Goñi, que también recuerda las amenazas del Ayuntamiento, confirma que el Gobierno local les propuso el traslado a un descampado en Ansoleta. «Además, nos decían que iba a ser un sitio autogestionado pero que el Consistorio iba a meter mano. Pretendían hacer un gazteleku con un horario», critica antes de relatar como pasaban los veranos los miembros de la asamblea durante la etapa de Alfonso Alonso. «Cada vez que se acercaba agosto empezaba la amenaza de desalojo. Así que pasábamos aquí todo el mes, porque Gasteiz estaba vacío».
En 2007, con el regidor del PP fuera de juego, la asamblea cortó las relaciones con el Ayuntamiento. «Después de Alonso decidimos no entrar en rollos macropolíticos», explica Goñi. No obstante, la presencia del Ejecutivo de Patxi Lazcoz, representado por la Agencia de Revitalización Integral de la Ciudad Histórica (ARICH), no pasó desapercibida para los jóvenes de la colina. Aguillo sostiene que, a su parecer, la ARICH era «una expresión de la política que marcaba el Ayuntamiento. Era el brazo ejecutor de sus políticas». Entre las mismas destacan la construcción de las escaleras mecánicas, la creación de una comisaria de la Policía Local, la apertura de nuevos negocios ajenos al barrio y la colocación de un mirador junto a la muralla medieval.
El último cambio en el Gobierno municipal, que desde el año 2011 está liderado por Javier Maroto (PP), ha puesto fin a las amenazas municipales. Kepa Pérez, que se unió a la asamblea hace un par de años, señala que, tras el desalojo de Kukutza, el alcalde dijo que en Gasteiz no iba a ocurrir lo mismo que en Errekalde. Así, ahora parece que la provocaciones llevan la firma de Lakua, ya que en los últimos meses la Ertzaintza ha entrado dos veces en el gaztetxe. «Lo veo como una excusa para asustarnos», afirma.
Sobre los retos que debe afrontar la asamblea, Pérez reconoce que los acutales gestores aspiran a que el gaztetxe sea un lugar de encuentro para los jóvenes durante los siete días de la semana. «Mucha gente viene solo los fines de semana para tomar una cerveza o ver un concierto, y hay que romper ese esquema». Por último, apuesta por desarrollar políticas feministas y por abrir las puertas a los inmigrantes que residen en Alde Zaharra. «Se tienen que acercar, el barrio es de ellos y el gaztexe también», concluye.