Guerra de Vietnam: los demonios ante la cámara
Este año se conmemora el 40 aniversario de la firma del Acuerdo de París de 1973, un acuerdo que serviría para acallar las balas que resonaban desde Vietnam. Apegados a su cultura visual, los estadounidenses no tardaron en plasmar en la pantalla los demonios que legaron esta guerra. Pocos conflictos han generado tantos filmes como Vietnam, lo que ha dado como resultado una gran cantidad de producciones de muy diverso calado, estilo y resultado.
Koldo Landaluze | Donostia
La primera andanada de celuloide tuvo lugar en el 68, producida durante la misma guerra de Vietnam, John Wayne colgó sus espuelas para dar rienda suelta a su patriotismo más conservador y apadrinó, codirigió y protagonizó «Boinas verdes», y filme eminentemente propagandístico acorde con los postulados de la Casa Blanca y que, lógicamente, también respondía a ciertos estados de opinión de la población estadounidense.
Su aire paternalista -sobre todo en la escena final, cuando el protagonista «recoge» al huérfano vietnamita y se lo lleva con él a Estados Unidos- provocó la quema de un cine como protesta; al tiempo que las autoridades norteamericanas promovían el rodaje de documentales de propaganda encaminados a ensalzar el sufrimiento que millares de soldados padecían en aquella remota selva asiática.
En «Boinas verdes» adquiere protagonismo la unidad militar que prestó su nombre al filme y toda la parafernalia castrense queda envuelta en un celofán dramático cargado de demagogía dialéctica. A pesar de todo ello, este producto sirve como ejemplo significativo del pensamiento que compartía un amplio sector de la población norteamericana en el momento en el que fue realizada. De ahí que tal paradigmática cinta confirme la proposición del teórico Siegfried Kracauer: «Los filmes de una nación reflejan su mentalidad de forma más directa que cualquier otro medio».
Producciones posteriores como «El regreso» o «El cazador», ambas del año 78, apostaron por un estilo y un discurso diametralmente opuestos a «Boinas verdes» y nos descubrían las taras sicológicas y físicas que legó este conflicto. De esta manera, también cobró forma definitiva uno de los discursos más habituales que ha desarrollado la Industria a la hora de abordar esta guerra, el «mea culpa».
Dirigida por un cineasta siempre a tener en cuenta, Hal Asbhy, «El regreso» figura entre las películas más logradas sobre las devastadoras consecuencias de Vietnam, obtuvo ocho nominaciones a los premios de la Academia y tres Óscars: a la Mejor Actriz (Jane Fonda), al mejor actor (Jon Voight) y al mejor guión. La crítica la calificó como deslumbrante, apasionante e inolvidable. «El Regreso» es una sincera exploración de un período crítico en la historia moderna estadounidense; una película sin concesiones y extraordinariamente conmovedora. El argumento gira en torno a un capitán de Marines (Bruce Dern) que parte hacia Vietnam, su esposa Sally (Fonda) se ofrece como voluntaria para trabajar en un hospital local, donde traba amistad con Luke Martín (Voight), un antiguo sargento que quedó parapléjico como resultado de una herida de guerra. Luke, amargado, furioso y frustrado por su situación, recupera la esperanza y la confianza en sí mismo gracias a su creciente relación con Sally. La relación, a su vez, cambia las perspectivas de Sally sobre la vida, el amor y los horrores de la guerra. Cuando el marido de Sally vuelve a casa herido y desilusionado, los tres se enfrentar a las secuelas de una guerra lejana y brutal que ha cambiado sus vidas para siempre.
Paralelamente a este proyecto, el hoy injustamente olvidado Michael Cimino rodó «El cazador», un filme que compitió con «El regreso» para conseguir los preciados Óscars. El por entonces casi debutante Cimino obtendría finalmente las preciadas estatuillas a la mejor Película y al mejor Director y, de paso, alcanzó un gran éxito de taquilla.
Al igual que «El regreso», «El cazador» ahonda en la problemática sicológica y física que legó la guerra y toma como eje central la amistad de tres jóvenes obreros de Pensylvania. Tres amigos cuya rutina cotidiana, su estatus social y moral, salta en pedazos tras su traumático regreso al hogar. Tildada por muchos sectores como reaccionaria -se decía que que en ella sólo los soldados USA sufrieron las vejaciones de los guerrilleros vietcong y no al contrario-, esta producción fue adquiriendo con el tiempo cierto respeto por parte de sectores intelectuales que abogaban por asumir cierto distanciamiento a la hora de analizar un conjunto que, dejando a un lado sus ambiguas tesis, goza de una calidad artística indiscutible.
En este sentido, merece la pena revivir aquella dramática escena final que protagonizaron Robert de Niro y Christopher Walken -obtuvo el Óscar mejor Actor Secundario- en aquel gallinero humano mientras una bala solitaria se alojaba en el tambor de un revólver.
Considerada como «LA» película sobre la guerra de Vietnam, «Apocalypse now» es un filme apasionante que inspira todo tipo de reflexiones y conjeturas acerca de la condición humana y el caos que significó el conflicto asiático. El espectáculo no está tanto en las imágenes -aunque hay secuencias antológicas; por ejemplo, el referencial ataque de los helicópteros, con refuerzo sonoro de Wagner- como en el interior de los personajes protagonistas, cuyas almas aterrorizadas manifiestan la bajeza y la miseria. La bondad y los sentimientos nobles apenas afloran en la sicología de unos hombres víctimas de una guerra que les supera. De ahí que Marlon Brando, el enajenado coronel Kurtxz, se deje ejecutar por el capitán Willard -excelente Martin Sheen-, enviado por la CIA.
Para su autor, Francis Ford Coppola, esta película «habia sido una experiencia electrizante y, problemas políticas y económicos aparte, he conseguido lo que me había propuesto: demostrar lo alucinante que fue la guerra de Vietnam».
El propio rodaje tuvo visos de odisea. El actor Martin Sheen sufrió un infarto y el propio Coppola bordeó los límites de la locura mientras llevaba a cabo este empeño personal.
La razón de esta situación límite quizá se encuentre en las palabras de el autor de «El padrino»: «En este filme decidimos exponer lo que los norteamericanos hicieron realmente en Vietnam. Y creo que en esa descripción llegamos demasiado lejos. En el corazón de la jungla, rodeados de técnicos, de equipo y de dinero, nos volvimos locos y, sin embargo, el filme continuó realizándose a pesar de nosotros, a pesar de nosotros mismos».
La película, en definitiva, aborda la ambigüedad humana. Una parte del alma, si va más allá de sus posibilidades y en una misma dirección, corre el peligro de destruirse al abordar el territorio del horror amoral. Esta situación siempre ha estado presente en la condición humana y lo primitivo permanece en nosotros. Coppola recordada: «¿Cómo os comportaréis si os encontráis en el centro de Africa adorado por los indígenas, o si sois como Cortés, en México, o si os sentís liberados del juicio de los demás o incluso de vuestras propias convicciones morales? Esta es la pregunta que se hace Joseph Conrad en `El corazón de las tinieblas', relato en el que me inspiré. Yo también quise representar el caso límite de un hombre que va más allá de las reglas humanas. Va demasiado lejos y es destruido. En un sentido, se trata de un sacrificio. Yo quería que muriera Kurtz, quería que muriera por Estados Unidos quería que Estados Unidos viera el rostro del horror y lo aceptara como su propio rostro».
Al igual que la novela «The Short-Timers» de Gustav Hasford en la que se inspira «La chaqueta metálica», la película está dividida en tres partes muy delimitadas en ambientación, tono y personajes, de modo que únicamente el personaje del soldado «Bufón» (Mathew Modine) recorre transversalmente el conjunto del filme. La primera parte -correspondiente al entrenamiento de los aspirantes a Marines- comienza con una secuencia reveladora. Una maquinilla manipulada por una mano anónima que corta el pelo de varios jóvenes antes de iniciar su instrucción militar, advierte que nos hallamos ante un proceso de despersonalización similar, aunque de efectos opuestos, al «Tratamiento Ludovico» que las autoridades británicas aplicaban al protagonista de «La naranja mecánica» para reducir su violencia innata. Más tarde, la arrolladora irrupción del sargento Hartman -interpretado por Lee Ermey, un auténtico instructor militar a quien Stanley Kubrick había contratado como asesor y que acabó haciéndose con este papel cuyos diálogos improvisó casi en toda su totalidad-, culmina este proceso de despersonalización que tendrá su prolongación en la segunda parte del filme, cuando las balas comienzan a silbar y deriva hacia la tercera parte escenificada en las ruinas de Hué, donde los marines sufren el acoso de una letal francotiradora.
Fiel a su puntillista y obsesivo discurso creativo, Kubrick señaló que «en la novela de Hasford prevalece el sentimiento de que va más allá de las actitudes relativas a la guerra, o incluso de actitudes más generales. No se puede decir: está a favor de la guerra o está contra ella, es justamente el libro de un tipo que explica la verdad de lo que él mismo vivió».
Una prostituta preadolescente, un camello proxeneta, un exveterano de Vietnam perturbado e incapaz de integrarse en la sociedad... Martin Scorsese irrumpía con fuerza en 1976, con la película que acabó de lanzar su carrera tras la prometedora «Malas calles», acompañado de un impresionante Robert de Niro, una jovencísima Jodie Foster y Harvey Keitel. Taxi Driver gira en torno a un exveterano de Vietnam, con una moral estrictamente conservadora pero adicto a la pornografía, con un comportamiento errático y problemas para lograr ser aceptado, que decide comenzar a trabajar conduciendo un taxi en el turno de noche neoyorquino. En este mundo de noche será donde entre en contacto con una joven prostituta preadolescente que huyó de casa de sus padres, y con su chulo, un camello proxeneta. paralelamente, nuestro taxista intentará mantener una relación con una joven colaboradora de un candidato a la presidencia que, tras huir de él al descubrir algunas peculiaridades de su carácter, regresa a él cuando se convierte en héroe involuntario. Un retrato de corrupción, violencia, hipocresía y planteando una cuestión que, tomando como referencia el caos sicológico legado por Vietnam, aboga por el colapso moral de una sociedad paranoica. «Taxi Driver» se llevó cuatro nominaciones a los Óscar, la Palma de Oro en Cannes y convirtió a Scorsese en uno de los directores de moda en el momento. Más tarde llegaría John Rambo y sus secuelas -coherente en «Acorralado», fascistoide en sus siguientes apariciones-, pero esos son síntomas de otra paranoia. K.L.