CRíTICA: «Danse la danse»
Nacho Duato no deja el ballet, ni aunque le despidan
Mikel INSAUSTI
Nacho Duato siempre está igual. El veterano bailarín y coreógrafo se mantiene, a sus 56 años, en una forma envidiable. En su documental «Danse la danse» no muestra ningún signo de cansancio y evita hablar de temas relacionados con otra posible vida que no sea la del ballet. Viéndole tan seguro, con sus aires de eterno divo, se podría pensar que no se va a retirar jamás.
Su secreto es no parar de trabajar, encadenando sucesivos puestos y responsabilidades artísticas. No ha dejado que le afecte más de la cuenta el despido de la dirección de la Compañía Nacional de Danza, firmando de inmediato un contrato con el Teatro Mijáilovski de San Petersburgo, seguido de su nombramiento como director del Ballet Estatal de Berlín. Está claro que fuera le querían más que en casa, y que en sus veinte años al frente de la CND lo debió de hacer tan bien como para que se disputen sus servicios en países donde cuidan más la política cultural.
«Danse la danse» se grabó en el caluroso verano moscovita del 2010, con motivo de la función de despedida de Nacho Duato en su larga etapa con la CND, la cual tuvo lugar en el Teatro Bolshoi. Fue un pretexto perfecto para dejar testimonio de su forma de trabajar en un momento clave de su carrera, que no iba a significar ningún final, sino simplemente un nuevo paso hacia adelante.
Con esa perspectiva regeneradora del que continúa en activo, Duato se permite hacer una recapitulación donde tiene muy presentes a sus colaboradores. Y, como cualquier otro gran bailarín, manifiesta un enorme agradecimiento hacia sus maestros.
Por ello destaca la presencia de su profesora Irena Milovan, que sigue siendo estricta con él. Tampoco faltan los amigos, y se acerca a saludarle la cantante María del Mar Bonet, recordando las ocasiones en que compartieron escenario. El futuro, en cambio, viene representado por el joven Gentian Doda, quien se erige como su más aventajado discípulo. Duato le ha transmitido su personalidad, porque no hace falta ni ser clásico, ni estar en la vanguardia, para bailar.