Paraguay: Del golpe parlamentario al golpe electoral
El ciclo golpista que se inicio en Paraguay en junio de 2012 con el derrocamiento de Lugo se ha cerrado este 21 de abril con la «legitimación electoral» del orden oligárquico, a pesar de que el propio proceso comicial se ha sustentado en el fraude que regularmente utilizan los partidos tradicionales
Luismi Uharte | Parte Hartuz Ikerketa Taldea
Llegamos a media mañana al Bañado Tacumbú, barrio popular de la periferia de Asunción, donde las viviendas precarias inundan un territorio al que todavía no llegó el asfalto. La jornada electoral comenzó hace un par de horas y el colegio electoral Santa Ana se encuentra repleto de gente.
Los miembros de las mesas electorales no están compuestos por ciudadanos designados por sorteo sino que son militantes de los partidos tradicionales (colorados, liberales, oviedistas). Todos, por cierto, de derechas. Esa es una de las singularidades del sistema electoral paraguayo. «Por eso es importante tener veedores en las mesas a la hora del recuento, ya que siempre intentan robarse votos», nos aclara un apoderado del izquierdista Frente Guasu.
Nos acercamos a conversar con un grupo que vigila sospechosamente todos los movimientos que se dan en local, llamando incesantemente desde sus teléfonos móviles. No hay duda de que son «operadores» colorados. Uno de ellos me mira con cierta desconfianza: es el presidente de la sección colorada del barrio. «Soy periodista extranjero...». Es de agradecer su franqueza a la hora de explicar la «destitución» del presidente Lugo en junio pasado: «quería implantar acá el socialismo del siglo XXI; no respetaba la propiedad privada; el pueblo paraguayo no está preparado para acompañar ese tipo de ideología (izquierda); nuestra cultura patria es el nacionalismo». Nacionalismo ultraconservador y anticomunista, por supuesto.
Pero los sucesos más interesantes suceden en las afueras del colegio. Salimos, miramos un poco a nuestro alrededor y rápidamente nos damos cuenta que algo «extraño» está pasando. Grupos dispersos se agolpan en las esquinas, controlando el entorno y deteniendo para «conversar» a algunas personas que se acercan al centro de votación. Una señora de avanzada edad y de apariencia muy humilde abre una cartera, saca su cédula de identidad (DNI) y se la entrega a un señor que se le acerca. A continuación se alejan.
¿Cuántas cédulas de identidad se suelen «comprar» en un día de elecciones? ¿Miles? Este es uno de los mecanismos tradicionales para «alterar» el proceso comicial. Nos explican que los partidos tradicionales ofrecen dinero a cambio de retener la cédula durante un día y así evitar que esa persona ejerza su derecho al voto. Si no fue posible orientar su voto por lo menos se evitó que sufragara para los otros partidos.
Me aproximo a uno de los grupos que vigila desde una de las esquinas. Una chica accede a ser entrevistada. Es miembro del Partido Colorado. «No, es falso que nosotros compremos el voto. Aquí la gente vota por conciencia. Bueno, puede haber algún incentivo... El Partido Colorado siempre se preocupó por los pobres. Si alguien se muere ayudamos a la familia con el entierro; le conseguimos a la gente el cajón para enterrarlo».
La colega que me acompaña me cuenta que escuchó la conversación de la madre y el hijo que pasaron a su lado. «¿Te pagaron?» «Sí». «¿Cuánto?» «20.000» (4 euros). «¿Solo? A otros les pagaron más. 50.000 y 100.000 (guaraníes)». La Policía, presente en el lugar, desempeña un papel meramente figurativo. Es parte de la fotografía pero parece que no le resulta sospechoso todo lo que los demás estamos viendo a nuestro alrededor. «Los miembros del tribunal de justicia electoral tampoco hacen nada si se te ocurre denunciar», aclara un veedor de un partido minoritario. Pero quizás, lo más alarmante de todo es que sucede a plena luz del día, sin ocultarlo especialmente, con total impunidad. Unos observadores internacionales bolivianos, apoyados sobre la pared, contemplan atónitos el espectáculo.
«Vamos a arrasar»
A primera hora de la tarde llegamos a un local electoral cerca de Villa Morra. Perfil: barrio clase media. El tamaño del colegio es bastante grande. La mitad del espacio está ocupada por mesas electorales y las colas de los votantes. En la otra mitad (dentro del recinto), hay grupos sentados, con sombrillas para protegerse del intenso sol. Observan con aire fiscalizador el proceso de votación. Son militantes del «glorioso Partido Colorado», como nos indica un joven llamado Antonio. «Vamos a arrasar. Aquí todo el mundo compra votos. Nosotros sabemos mejor administrar el Estado». Al fondo, en una esquina, un grupo de policías permanecen en actitud de «ñembotavy», que en guaraní significa algo así como «hacerse el sueco».
El último colegio que visitamos, a la hora del recuento, se encuentra también en la zona popular del Bañado. El recinto también está simbólicamente controlado por el Partido Colorado. Una representante nos dice que Cartes «será un buen administrador del Estado porque es empresario». Alaba también al candidato a vicepresidente Juan Afara: «él es como el papá de todo el mundo».
Salimos del colegio. La victoria colorada ya es segura. La imagen de un barrio popular, vestido de «rojo» (colorado), pareciera que nos transporta por unos instantes a la Venezuela Bolivariana. Nada que ver. En todo caso se podría parecer más a la Venezuela gobernada por el bipartidismo oligárquico de adecos y copeyanos de los años 70. La cultura del «patrón-cliente» y de «la subordinación» se manifiesta con toda su crudeza. Los resultados no solo dan la victoria a los colorados sino que vuelven a evidenciar la solidez del bipartidismo de elites: 80% del total de los sufragios.
Mientras tanto, en otro punto de la ciudad, dos jóvenes nos manifiestan su malestar porque la izquierda se presentó, de nuevo, separada.