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CRíTICA: «El payaso»

Un destartalado circo familiar recorre el Brasil profundo

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Mikel INSAUSTI

A menudo me pregunto por los verdaderos motivos por los que los temas del cine de posguerra encajan tan bien en el momento actual, seis décadas después. Es increíble que una película que parecía de otro tiempo, como «La Strada» de Federico Fellini, haya encontrado su continuación en la realización brasileña de Selton Mello «O Palhaço». Para su puesta al día lo felliniano es mezclado con otras influencias que giran alrededor del concepto freak acuñado por el maestro Tod Browning, y que encuentran su prolongación más fenoménica en las excentricidades del genial Jared Hess. También éstos tipos marginales de la farándula recuerdan a los campamentos gitanos de Kusturica, con bailes embriagadores y nostálgicos que suenan al número del organillo y de la cabra. El toque inconfundiblemente brasileiro lo ponen las decadentes canciones de Plinio Profeta, que son como las de un Roberto Carlos de gira por los caminos polvorientos del interior más pobre del país.

La taquilla brasileña se rindió ante el vibrante colorismo sentimental de «O Palhaço», que además ganó doce premios de su cine y fue elegida para los Oscar. Allí Selton Mello es toda una celebridad, tanto por su trabajo delante de la cámara como por el que lleva a cabo detrás. Personifica con talento la paradoja del payaso triste, que debe hacer reír a los demás sin esperar que nadie le haga reír a él. Se siente extraño entre tanto fenómeno de feria, por lo que aspira a llevar una vida normal, con un trabajo y unas relaciones estables. Añora lo que no tiene, porque sólo conoce los sinsabores de su oficio ambulante, cuya supervivencia se basa en la picaresca para sacar dinero al cacique rural de turno, dedicándole el espectáculo a él y a su esposa, e incluso dando la oportunidad de recitar algún poema al repelente hijo de dicha autoridad local.

Es un viaje de ida y vuelta, con crisis de identidad por medio. En última instancia se acaban prefiriendo las miserias de un circo que se llama Esperança a las servidumbres de un desarrollismo que amenaza con desvirtuar las esencias brasileñas, representadas por sus más variopintos y exóticos personajes.

 

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