Después del fracaso cosechado en torno a los presupuestos y tras el sainete comunicativo de la semana pasada, Iñigo Urkullu ha vuelto a dar muestras de que la improvisación sigue primando en su labor de gobierno y de que no tiene un proyecto definido que dé cuerpo a su mandato. Esa es al menos la impresión que transmite cada vez que interviene en público. Si el lunes el lehendakari ofrecía a PP y PSE un «pacto de país» excluyendo expresamente a EH Bildu, y el martes el portavoz del Ejecutivo sostenía que la coalición soberanista se había «autoexcluido» por su respaldo a la huelga del día 30, quienes asistieron al pleno de ayer se vieron sorprendidos por el anuncio de la convocatoria de reuniones con representantes institucionales y líderes políticos para alcanzar un acuerdo de estabilidad.

Urkullu dio cuenta de sus intenciones al término de una sesión en la que presentó su programa de gobierno y anunció seis compromisos en materias como fiscalidad, promoción económica y empleo. Sin embargo, más allá del golpe de efecto inicial por esa convocatoria, es improbable que el lehendakari avance en su objetivo de búsqueda de estabilidad, por la sencilla razón de que no acaba de definir qué quiere estabilizar. Sabe que es imposible incorporar a un mismo acuerdo a fuerzas con objetivos tan opuestos como PP y EH Bildu, por citar a los dos grupos que, junto al PNV, gobiernan las principales instituciones de la CAV. Y Patxi López también le dejó claro que deberá optar entre el PSE y el PP. Precisamente esa es, la de elegir, la tesitura que el mandatario autonómico no quiere afrontar.

Después de las penurias aritméticas que el anterior Ejecutivo pasó en su última etapa, era de esperar que el PNV regresara a Ajuria Enea con la lección aprendida y una hoja de ruta definida, pero unos meses le han bastado para quedar en evidencia. Urkullu está en minoría por decisión propia, y como siga sin saber a qué carta quedarse, la legislatura se le puede hacer muy larga.