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260.000 somalíes, la mitad niños, murieron entre 2010 y 2012 de hambre, olvido y crisis perpetua

La muerte por hambre de 260.000 personas -la mitad menores de cinco años- entre 2010 y 2012 en Somalia no es la primera catástrofe humanitaria de esas dimensiones no solo en el mundo, sino en ese mismo país. La Coordinación Humanitaria para Somalia de Naciones Unidas denunció ayer que en 2010 se dio la alarma sobre el riesgo de hambruna tras una grave sequía en la región, pero la comunidad internacional no reaccionó para evitar una crisis alimentaria que provocó la muerte de casi el 5% de la población, el 10% en el caso de los menores. Terribles cifras y porcentajes, y más terrible aun que todos esos muertos de hambre y olvido no signifiquen más que un dato estadístico. ¿O eran inevitables? ¿No hay recursos para garantizar la mera supervivencia de cientos de miles de personas en el mundo? Simplemente, eso no es una prioridad. Las cifras de muertos somalíes no pueden distraer la atención de quienes están pendientes de los tipos de interés del Banco Central Europeo. Pero esta triste realidad no se circunscribe a la crisis global -ciertamente preocupante por la grave situación a la que ha sometido a miles de familias-, porque en Somalia y en otros muchos países la crisis es perpetua.

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