Visconti convirtió a Björn Andrésen en icono de la ambigüedad adolescente, cuando le dio el papel de Tadzio en «Muerte en Venecia». Céline Sciamma va más lejos con su premiado segundo largometraje «Tomboy», pues su protagonista es una niña de diez años que se hace pasar por chico. La pequeña actriz elegida para dicho rol transformista se llama Zoé Héran, y es como si hubiera crecido delante de una cámara, dada la naturalidad con la que se comporta pese a la complejidad de su caracterización.

Es capaz de seguir siendo una niña ante los adultos, mientras que cuando está con niños o niñas de su edad se comporta como un chico. Sus compañeros y compañeras de juegos no sospechan nada, ya que juega al balón o se pelea con verdadero carácter. En cambio, cuando está a solas con la amiguita que se siente atraída por ella, creyendo que es él, muestra una sensibilidad especial.

La única persona que comparte su secreto es su hermana pequeña, pues la madre se halla concentrada en su embarazo. El engaño se mantiene debido a que dura lo que dura el verano en un lugar donde no conocen a la protagonista, que, llamándose Laure, se inventa el nombre de Michael.

Aunque no puedo desvelar la forma en que es descubierta, sí señalaré que le acarrea frustrantes consecuencias. Si su madre la reprende por haber mentido, está claro que su mentira responde a unas motivaciones distintas de las que suelen afectar a los preadolescentes. Es en ese punto en el que la película queda abierta para la discusión. Y es que, volviendo al caso de Björn Andrésen, hay que aclarar que el papel de Tadzio le marcó para toda la vida, condicionando su posterior carrera artística e incluso sus relaciones personales. Esperemos que hoy en día la búsqueda de la identidad sexual a edad temprana sea mejor comprendida.