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CRíTICA: «Iron Man 3»

El ser humano oculto dentro de la armadura de guerra

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Mikel INTSAUSTI

Tarde o temprano tenía que salir a relucir el concepto medieval, a pesar de todo el aparato tecnológico que envuelve a Iron Man, del caballero que se esconde dentro de la armadura. Eso son cosas imposibles de contar a través de los efectos especiales, por lo que se necesita un actor de la talla de Robert Downey Jr. para representarlo. Además del cinismo que caracteriza a su hombre de negocios Tony Stark, no hay que olvidar que hizo en la pantalla del mismísimo Charles Chaplin, y el papel le marcó de por vida. La memoria del gag enternecedoramente romántico le viene muy bien en «Iron Man 3» para descubrir el lado humano del personaje, difícil de adivinar en las dos primeras entregas, pues no parecía dispuesto a dejar de quererse a si mismo ni un solo instante, evitando tener que admitir su interés sentimental por la secretaria o ayudante que encarna Gwyneth Paltrow.

Para sorpresa de todos, en la tercera entrega de la franquicia su noviazgo con Pepper Potts resulta ya evidente, pero es que también establece una relación paternofilial con un niño en el pequeño pueblo donde se refugia, después de que la base desde la que opera quede totalmente destruida. La situación le obliga a partir otra vez de cero, volviendo a ser el inventor que fue, y encontrando de paso al que podría ser su futuro heredero.

Ya sé que el cómic de superhéroes en el cine ha alcanzado su mayoría de edad, pero no soporto el aburrido dramatismo de las adaptaciones de DC a cargo de un Nolan, que se toma demasiado en serio a sus ya de por si sombrías creaciones. Prefiero las películas de Marvel, que no necesitan estar dirigidas por autores consagrados para asegurar un espectáculo de gran magnitud. Y, lo más importante, nunca se olvidan de que proceden de la historieta gráfica, respetando el humor original. Como experto guionista en la comedia de acción, Shane Black brinda toda una lección a la hora de combinar los elementos dramáticos del guión con la farsa en mayúsculas. El villano autoparódico magistralmente servido por Ben Kingsley supone un hito dentro del género, y en mi modesta opinión supera con El Mandarin a todos los Jokers y Pingüinos de la competencia.

 

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