CRíTICA: «Combustión»
Lujosos coches deportivos que se miran pero no se tocan
Mikel INSAUSTI
El Daniel Calaparsoro de «Combustión» se ha convertido en justo todo lo contrario del realizador que debutaba hace 18 años con «Salto al vacío», como fruto de una profesionalización que le ha ido alejando de la independencia inicial. La estética de aquella ópera prima era completamente opuesta a la de su último trabajo, ya que buscaba el realismo sucio de los ambientes marginales. Ahora sus jóvenes protagonistas viven rodeados de lujo, pues son pijos que parecen sacados de un anuncio de ropa o de coches de marca. La diferencia está en que si hacen maldades no es para sobrevivir, sino para poder pagarse los caprichos.
«Combustión» es el largometraje de Calparsoro que más conecta con sus miniseries televisivas para el público adolescente, pues se trata de una producción de Antena 3 que busca a ese demográfico. De hecho, el tema central de la banda sonoro fue compuesto en directo por Carlos Jean en el programa «El Hormiguero». Son sonidos maquineros para discoteca, identicos a los que se pueden oír en el reality «Gandia Shore». Pero esto no es «Spring Breakers», y Calparsoro no sabe reirse de la generación «nini» (ni estudia ni trabaja) como lo hace el rompedor Harmony Korine.
Es imposible tomarse en serio el supuestamente peligroso triangulo que propone, alimentado por la atracción sexual y la pasión por la velocidad, debido a que el guión es incapaz de contagiar un verdadero sentido del riesgo. Los diálogos son tan superficiales como olvidables, dichos muy mal por un reparto de yogurines que no saben vocalizar.
«Combustión» ha contado con los medios técnicos suficientes para ofrecer un cine de acción espectacular, lo que tampoco se cumple. Las comparaciones con la saga «Fast and Furious», de la que pronto se estrenará la sexta entrega, sólo se dan en las fotos. Con la imagen en movimiento la conducción se vuelve virtual, al carecer de accidentes o escenas con especialistas temerarias. Los Porsche y demás coches deportivos son mostrados en un escaparate, por lo que no sufren ni el más mínimo rasguño. Las carreras ilegales, como la del puerto de Lisboa, parecen de paseo turístico.