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Jon Odriozola Periodista

Prejuicios sobre el euskara

¿Qué fue la Real Academia Española, fundada en 1713 a imitación de la francesa, sino el propósito de dictar -y «fijar, limpiar y dar esplendor»- normas reguladoras? Ni el español o castellano moderno estándar nació entonces ni el euskara en 1968

Así titula el madrileño Juan Carlos Moreno Cabrera, catedrático de Lingüística General, este opúsculo que, con descaro, «fusilo» copyleft y resumiré sus ideas básicas.

Hay juicios y prejuicios. Los primeros se figuran sentencias firmes. Los segundos son peores: son sentencias verdaderas, consuetudinarias. Ambas letales y fulminantes, por fas o por nefas, socialmente hablando, que no jurídicamente. También hay prejuicios lingüísticos de muy difícil erradicación. Tanto que determinan y condicionan actitudes y modos de comportamiento, v. gr. casticismos y boronismos de patulea variopinta.

Señala Moreno Cabrera al menos cinco prejuicios sobre el euskara que, en el fondo, quieren desprestigiar la lengua madre de esta nación sin estado. El primero dice que el euskara es una lengua muy antigua y arcaica. Es cierto que es antigua... como lo son todas. La lástima, para quienes la odian, es que es una lengua que se habla, ergo es una lengua contemporánea aunque sea preindoeuropea o ugrofinesa o caucásica o bereber. Las lenguas romances, por ejemplo, surgieron del latín vulgar y no de la nada. No existe ni hay lengua nueva. Ni el papiamento. El esperanto o el völapuk son otra cosa, otra historia.

El segundo prejuicio expresa la idea de que el euskara es una lengua aislada perteneciente a una sola familia lingüística. Una especie de fósil sobreviviente, que diría Unamuno para quien, antropoformizando la lengua, pedía honor y sincero embasalmamiento y exequias nobles.

Dice el tercer prejuicio que todas las lenguas habladas se manifiestan en multitud de dialectos. Es cierto. Nos parece que el idioma inglés es único (en la escuela) y, sin embargo, está fragmentado en centenares de variedades que incluyen no sólo los dialectos de Gran Bretaña, sino los que existen en África, América, Asia y Oceanía, o sea, lo que fue parte de su imperio que, como dijera el malhadado Nebrija, es acompañado por la lengua.

Unido estrechamente a este tercer prejuicio va el cuarto que, con mala baba y con balín, mantiene que el euskara estándar o euskara batua es una lengua artificial (y quienes la hablan, deduzco, robots). También esto es cierto, en parte. Igual que no lo es menos que todas las lenguas actuales son estándares. ¿O qué fue, si no, la Real Academia Española, fundada en 1713 por Felipe V a imitación de la francesa, sino el propósito de dictar -y «fijar, limpiar y dar esplendor»- normas reguladoras? Ni el español o castellano moderno estándar nació entonces ni el euskara en 1968.

Y, por último, el quinto prejuicio que reza que el euskara -siempre oímos esto- es difícil de aprender. No más que el alemán que yo estudié un año con sus declinaciones de mozalbete. No para niños que ni saben de declinaciones, pues ya mamaron la lengua en sus madrigueras vernáculas antes de ir a la escuela. Lo que me lleva a la coda prometida contra el etnismo lingüístico que ni sabe lo que dice. Para mí tiene más mérito quien aprende algo, una lengua, verbigracia, que quien, sin esfuerzo alguno, la mamó ab initio y ab ovo. Y esto en todos los órdenes. Vale.

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