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CRíTICA: «La mula»

Se echa de menos a Radford, pero más aún a Azcona

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Mikel INSAUSTI

Los pleitos entre los coproductores, que han provocado que transcurran casi cuatro años desde el inicio del rodaje al estreno de «La mula», han perjudicado a su acabado técnico. La calidad de la imágen y la edición del sonido dejan bastante que desear, sin que exista un responsable de tales desajustes, debido a la deserción del cineasta inglés Michael Radford y a la posterior negativa a reconocer la película como suya.

La vacante es cubierta por Anónimo, figura retórica que ilustra bastante bien el vacío creativo que encierra la versión cinematográfica de la novela de Juan Eslava Galán. Le falta expandirse, crecer y desarrollar una identidad propia. No la alcanza, porque en la pantalla resulta en exceso dedudora de «La vaquilla», pero sin el talento humorístico de Berlanga y Azcona. Tampoco por el lado inglés de la coproducción sale comparativamente mejor parada, ya que si se piensa en «War Horse», no hay que olvidar que Spielberg se cuidó muy mucho de escoger para su comedia de aventuras bélicas a dos guionistas formados en la BBC, tan solventes como Richard Curtis y Lee Hall.

La desdramatización de la guerra pierde sutileza por culpa de una banda sonora metida a martillazos, con partituras festivas de pasadobles en las escenas del frente. La falta de tacto también se aprecia en los interludios románticos, pues el protagonista se muestra más cariñoso con su mula Valentina que con su novia Conchi. Y de la representación histórica en si, sólo se puede concluir que se sigue utilizando el oficializado lenguaje franquista, sin mencionar ni por asomo el termino «fascista».

Quien sostiene la película comercialmente es el joven actor Mario Casas, que se gana al público mediante una corriente constante de empatía, dando a su personaje de campesino alistado a la fuerza la humildad y sencillez que requería. Parece ser el único del reparto que se ha trabajado el acento jienense, hasta el punto que se le nota un tanto abandonado a su suerte. Toda la tragedia de la vuelta a casa, más pobre de que cuando salió de ella, recae sobre sus espaldas. Sus ilusiones se van al pozo con la pírrica medalla recibida del Generalísimo.

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