Un acuerdo de país exige una oferta para el país, y requiere liderazgo, no soberbia
Tras el quiebro de Urkullu, enmendándose a sí mismo y proponiendo dos mesas con partidos e instituciones para un acuerdo de país, llega la hora de los grupos políticos. Mañana están citados en Lehendakaritza para dar forma a una promesa que todos hicieron en campaña electoral. A saber, más allá de legitimas diferencias o de acuerdos puntuales, responder a los asuntos críticos del país -crisis, paz y marco político- mediante un gran acuerdo estable y duradero. Un reto que, vistos los antecedentes y dado el revanchismo y el parroquianismo que transmite una gran parte de la clase política vasca, no puede esperarse por arte de magia. Que exigirá agudizar el ingenio de quienes quieren demostrar que otra política, la política con mayúsculas, es posible en Euskal Herria. Y, además, demostrar tener una visión y una narrativa para el cambio de rumbo del país.
Es precisamente en tiempos de crisis donde la idea y el mapa de un país soberano y la oferta a una ciudadanía que quiere vivir y trabajar en condiciones justas, no subyugada y en la pobreza, adquieren todo su relieve. Y es en estos momentos donde debe demostrarse la capacidad de liderazgo -algo distinto a mandar con soberbia-.