Iker Casanova Alonso | Escritor
Por un nuevo modelo policial
El 5 de abril de 2012 una pelota de goma disparada por un agente de la Ertzaintza acabó con la vida de Iñigo Cabacas. Gracias a los testigos y a las grabaciones podemos reconstruir minuciosa-mente los hechos: Un mando policial ordenó cargar «con todo» contra una multitud pacífica e indefensa en una operación de castigo contra «la Herriko», la izquierda abertzale. Un mando intermedio, a pesar de una objeción ante lo brutal de la decisión, ordenó el ataque. La Unidad encargada de ejecutarlo se aplicó con tal vehemencia que el mando intermedio tuvo que refrenarles: «suave, suave». Uno, o varios, de los agentes dispararon sus pelotas a la altura de la cabeza, con la intención de causar un grave daño al enemigo (se les ha ordenado «tomar la posición»). El mando supremo ironizó cuando fue informado de que una persona está herida: «se habrá desmayado».
Seguimos: El Departamento de Interior intoxicó premeditadamente a la opinión pública con una versión plagada de falsedades. El Consejero de Interior avaló conscientemente esta versión falsa. El Lehendakari lo consintió. El siguiente Jefe de Policía ha calificado lo sucedido de accidente. La Consejera de Interior y el actual Lehendakari le defienden. Los sindicatos policiales protestan cuando se toman unas tímidas medidas después de que las filtraciones revelaran la verdad. Violencia gratuita, persecución política, insensibilidad humana, mentiras, manipulación, corporati-vismo... Una serie de responsabilidades y encubrimientos que abarca a toda la cadena de mando policial y político. Esta muerte no ha sido fruto de un accidente o de una impruden-cia individual sino un fallo sistémico del modelo de Ertzaintza construido en los últimos 30 años. Por eso cierran filas. Crearon un monstruo y el monstruo mató a Iñigo Cabacas.
La Ertzaintza surge en los años 80 a partir de los servicios de seguridad que el PNV ha creado en la Transición. Cuenta con un núcleo duro militarizado, entrenado por los servicios de seguridad alemanes e israelíes y reforzado por militares españoles, mientras que su base trata inicialmente de ofrecer una imagen de policía de cercanía. El pleno alineamiento del PNV con el Estado a mediados de los 80 hace que el cuerpo asuma nuevas funciones y una mayor presencia a cambio de mantenerse como un firme baluarte de la política española contra ETA y la Izquierda Abertzale. El MLNV tratará de eludir el enfrentamiento pero tras años de ataques irá entrando progresivamente en una dinámica de respuesta. Nace el concepto de «zipaio». A lo largo de los 90 la confrontación se hace sostenida siendo la Policía Autónoma un brazo del Estado en la imposición de la legalidad española en la CAV. Llegan los ataques tanto de ETA como de kale borroka lo que provoca una mayor militarización e interiorización de la acción represiva y un mayor escoramiento hacia el españolismo de un cuerpo que deja de nutrirse de la base jelkide de los primeros tiempos.
El resultado de este proceso es la Ertzaintza de hoy en día. Un cuerpo forjado en y para el conflicto político. Un cuerpo con una desequilibrada composición ideológica, territorial y de género, erdaldun, plagado de prácticas erróneas y necesitado de una urgente readecuación al nuevo tiempo histórico. Lamentablemente el PNV ha emprendido de forma unilateral el camino de la reforma de la Ertzaintza. Además todos los pasos dados apuntan a una mera readecuación técnica y algunas decisiones, como duplicar el número de miembros de la Brigada Móvil o mantener las pelotas de goma, van claramente en dirección contraria a la necesaria. Crear una policía de proximidad no pasa por poner a las unidades que mataron a Cabacas a patrullar a pie por las calles sino por conectar a la policía con la sociedad hasta el punto de que ésta la perciba como propia. Eso no sucede a día de hoy. Podrán hacerse trampas al solitario, pero cuando los niños de Ondarru reproduzcan en sus juegos la «batalla del puente» todos querrán ser una joven resistente y nadie se pedirá el papel de agente encapuchado a las órdenes de la Audiencia Nacional. Es imprescindible un profundo cambio de estructura, de mentalidad y de actitudes. Es la sociedad a través de sus representantes políticos y sociales la que debe definir la dirección y dimensión de este cambio. Cualquier otra opción, cualquier remodelación unilateral y parcial, será un paso errado, una oportunidad perdida en la búsqueda de una policía civil y democrática.
El debate sobre el modelo policial exige también caracterizar teórica y filosóficamente el papel de la policía en la sociedad. La construcción de una sociedad sin cárceles ni policía es una aspiración utópica pero necesaria. Las utopías de ayer son los derechos de hoy. Pero hay que reconocer que, incluso aunque se avance hacia un modelo social más desarrollado, van a pervivir durante largo tiempo determinados tipos de criminalidad a los que habrá que hacer frente también desde una vertiente policial. Eso sí, es un error interesado centrar en la policía la responsabilidad total en la lucha contra los delitos. Actualmente la gran mayoría de los casos delictivos responden a tres grandes categorías causales: la errónea política represiva contra las drogas; la pobreza-marginación-incultura; y la exaltación de un modo de vida hiperconsumista fuera del alcance de la población trabajadora por medios legales. A ello debemos añadir el creciente peso de los delitos de naturaleza machista. Por eso nos encontramos con que una nueva política sobre drogas, una política social justa y el fomento de un modo de vida no consumista y del feminismo podrían hacer caer de forma sustancial el número de delitos.
La tasa de criminalidad en Euskal Herria es una de las más bajas de Europa, mientras el ratio policía/habitante es el más alto del continente. Urge proponer un trasvase de recursos desde el ámbito represivo (policía-tribunales-cárcel) al preventivo (legislación sobre drogas, combate de la marginación, política de igualdad...). A esto habría que añadir una adecuada política de integración para las personas que llegan de otros lugares y sobre las que no se ha podido incidir en su proceso de socialización. Sólo para las situaciones que queden fuera de esta acción preventiva vamos a seguir necesitando de instrumentos de seguridad colectiva que incluyan la existencia de policía. La izquierda ha de exigir que esa acción policial se inscriba dentro de los más exigentes parámetros democráticos y de respeto a los derechos humanos. Entendiendo además que una policía es tan democrática como lo es la sociedad a la que sirve es difícil concebir un modelo policial aceptable sin una radical profundización de la justicia social.
El debate sobre el modelo policial es siempre pertinente en una sociedad crítica pero además es imprescindible en un país que acaba de finalizar un conflicto armado. El modelo policial vigente ha quedado bruscamente desfasado al iniciarse un nuevo tiempo político. En todos los demás conflictos del mundo ésta ha sido una cuestión a abordar de forma inmediata en un contexto de resolución. También en Euskal Herria estamos obligados a hacerle frente. La cuestión no se circunscribe a la reforma de la Ertzaintza. El debate debe afrontarse en su integridad y debe responder a cuestiones básicas como qué cuerpos policiales deben existir en el conjunto del país y con qué funciones, composición, organización y orientación.
Está claro que un modelo policial vasco democrático no contempla la presencia de fuerzas policiales extranjeras. Las policías locales, en cambio, tienen un papel clave por su cercanía y actitud, generalmente, más abierta y de servicio. Los cuerpos autonómicos, Ertzaintza y Policía Foral, deberán afrontar su reorganización y su adaptación a una etapa sin conflicto armado, encarando la necesidad de convertirse en cuerpos civiles y democráticos, alejados de mentalidades y prácticas caducas. No es suficiente con que algunos se vayan si los que se quedan reproducen las mismas actitudes. Los poderes públicos deberían asumir su papel en una política preventiva y educativa que huya del enfoque de la cuestión de la delincuencia desde una perspectiva alarmista y demagógica y de un concepto unívocamente policial de la seguridad. A modo de resumen, podríamos empezar a reclamar que todos los cuerpos policiales presentes en Hego Euskal Herria, las Policías locales y las dos autonómicas, (hasta que se logre una única «Euskal Herriko Polizia}), se basen en un nuevo modelo de policía. Una nueva policía civil y democrática al servicio de toda la sociedad, euskaldun y paritaria, respetuosa con los derechos humanos y parte de un sistema de seguridad ciudadana basado en la prevención y la educación más que en la represión.