Raimundo Fitero
Ganada
Soy un fan de la presidenta de la República Argentina, Cristina Fernández de Kirchner. Y si se confirman los rumores de su aventura amorosa con Baltasar Garzón, ya se convertirá en mi personaje histórico más relevante, casi más importante que mi teléfono portátil multifuncional. Es una de las políticas con poder con mayor capacidad histriónica. Una magnífica intérprete de sentimientos, transmisora de emociones populistas como pocos. Decir ante las cámaras aquel magnífico gracias a Él, refiriéndose a su marido cuando su toma de la presidencia actual es uno de esos momentazos televisivos que tuve la suerte de vivir en directo, por televisión, pero a cien metros de donde se desarrollaba la ceremonia.
Ahora acaba de darnos en una comparecencia dos nociones del ego argentino en su versión siglo XXI. Advierte a sus súbditos de que no es eterna. Y remata con una humilde servidumbre a la historia y a su pueblo, que ni siquiera ella quiere ser eterna. ¿No me digan que no es una noción fantástica, una reconciliación con la moderación, una ocultación de la soberbia debajo de una idea maternalista superlativa? Ella no quiere ser eterna, aunque pudiera no morirse nunca, ella quiere acabar. Por eso deben portarse bien los niños y niñas argentinas, no sea que se enfade y se vaya antes de lo que la historia recomienda. Despedirse de este mundo, pero habiéndolo dejado mucho mejor. Infinitamente mejor. Su paso por la tierra, especialmente por las tierras que consiguieron Él y Ella en sus mandatos anteriores en el sur de la Argentina. Como dicen las paredes allá; «Néstor vive». Ella vivirá siempre, hasta que quiera.
Y la segunda noción es todavía más filosófica, conmemorando los diez años de gobierno ininterrumpido de los Kirchner, levanta la cabeza frente a las críticas y lo dice con la severidad de quien se sabe casi eterna y lanza la idea fuerza: se trata de una «década ganada». ¿Ganamos o perdemos años? Pero Ella, Cristina, siempre remata la frase: «ganada por el pueblo argentino». Silencio. En Argentina a Cristina se la ama o se la odia con la misma intensidad. Pero para los que miramos la tele es una fuente inagotable de inspiraciones.