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Anjel Ordóñez Periodista

También es mala suerte

Científicos norteamericanos de la Universidad de Yale calculan que en el universo en el que nos ha tocado vivir existen 300.000 trillones de estrellas, distribuidas en 200.000 galaxias. Aproximadamente, digo yo, porque apuesto y no pierdo a que no las habrán contado una a una. Sea como fuere, esta acumulación de ceros tienen un efecto inmediato y demoledor: relativizar hasta el infinito la dimensión de nuestra propia existencia. Y más si añadimos a la ecuación otro ejemplo de medida: un virus posee un tamaño de entre 10 y 300 nanómetros (la mil millonésima parte de un metro). Será por eso que no los vemos venir, y luego nos tienen una semana en la cama con la fiebre por las nubes y las vías respiratorias al borde del colapso.

Bien, pero a lo que iba. Se da por bueno en la comunidad científica que los virus («toxina» o «veneno», en su origen etimológico del latín) fueron las primeras estructuras con ácidos nucléicos (genes), que pudieron dar paso a formas más complejas de vida en nuestro minúsculo planeta. Hay millones de variedades de virus, y es curioso que su único interés existencial sea infectar las células de otros organismos, porque sólo mediante la infección son capaces de multiplicarse y sobrevivir. Su principal objetivo vital es hacer daño. ¿A qué les recuerda?

Hablo de esto porque la semana pasada, el virus de la denominada «gripe aviar» obligó a que en una granja de Catalunya se sacrificaran cerca de 12.000 gallinas y más de mil gallos. En el otro confín del orbe, en China, han muerto 36 personas. Claro que son 1.300 millones. Seguro que fallecen más de hipo. ¿Se acuerdan de la gripe A? Aquella terrible pandemia que iba camino de exterminar a la humanidad y que, al final, lo que realmente consiguió fue engordar los bolsillos de la industria farmacéutica y, de paso, el de algunos de los principales responsables de la salud pública en medio mundo. Yo, cada vez que oigo hablar en la prensa de algún sacrificio masivo de animales, me echo la mano a la cartera. Porque ya es mala suerte que en un universo tan inmensamente grande hayan ido a coincidir en el tiempo tres entes tan dañinos para la vida en paz: los virus, los especuladores codiciosos y los políticos ineptos.

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