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Raimundo Fitero

Guerra

 

Alfonso Guerra con libro bajo el brazo. Y de memorias. Campaña de desmemoria. Campaña de ventas. Recorre platós, estudios de radio. Una vedette. En un día podemos verlo en tres televisiones diferentes. Hay que vender. Empieza la Feria del Libro de Madrid. Objetivo: desmovilizar. Las memorias de un político desmemoriado. De un dios menor que busca en sus últimas bocanadas expulsar toda la bilis posible. Se cree un iluminado, un intelectual. Pero es mucho mejor comediante, fingidor de orgasmos de una izquierda pactista y monárquica. Lo peor es que los periodistas aduladores insisten en presentarlo como un hombre de Estado, como un gran político, íntegro. Nunca tuvo hermanos.

Su exposición mediática tiene una cosa positiva: nos vuelve a demostrar que cualquier tiempo político pasado fue peor. O que él representa lo peor de un tiempo pasado oscuro que no se ha ido. Su salida de las cloacas trae consigo la aparición de otros habitantes de esas oscuridades y como aludido entra por teléfono, desde Argentina naturalmente, Baltasar Garzón, el juez prevaricador, segundo en la candidatura por Madrid, que formó parte del Gobierno de Felipe González, y desmiente a Guerra, y dice que es un «conspirador», pero se retrata, formaron parte del mismo equipo que jugó con los fondos reservados.

Y para completar el cuadro, ahí está, de protagonista televisivo Rafael Vera, quien habla con un desparpajo de los fondos reservados, de la inexistencia de recibos, del descontrol de unas cantidades ingentes de dinero, de las acciones de guerra sucia pagadas desde esos centros de poder, de la nómina de confidentes y confirmando que sí, que Garzón y otros jueces de la Audiencia Nacional recibían dos millones de pesetas mensuales de esos fondos. Lo de Vera es bastante patético: narra en Intereconomía aquellos años de una manera tan demagógica desde el resentimiento con el objetivo de justificar las ilegalidades y su enriquecimiento. Para él, contra ETA todo vale. Sigue considerándose un gran servidor del Estado, traicionado por el propio Estado que lo juzgó y condenó. Y el malo es Garzón, el ambicioso. Esto es el avance de una serie televisiva de los zombies del GAL.