Que haya personas asalariadas que se congratulen del fracaso de cualquier protesta colectiva al punto de considerar que se trata de un éxito individual.

Que haya gente que considere intolerable la acción de los piquetes, pero encaje con perfecta indiferencia el anunciado saqueo de su pensión, de la de sus padres y de la de sus hijos.

Que en caso de colisión de derechos individuales, el de acudir al puesto de trabajo en jornada de paro prevalezca sobre el de percibir una vez jubilado una cantidad acorde con lo cotizado a lo largo de toda una vida laboral.

(...) Que  la acumulación de pataletas laborales sean infinitas, aunque nunca tan intensas como para llegar a solidificarse en forma de protesta.

Que el desprestigio de los sindicatos entre los trabajadores a causa de sus desmanes jamás se reproduzca entre los afiliados a las organizaciones empresariales hacia sus cúpulas a causa de los suyos.

Que se esgrima el rocambolesco argumento de que seis millones de parados desaconsejan cualquier protesta, y que es mejor esperar a que haya pleno empleo y fastuosas condiciones laborales para convocar una huelga.

Que nunca sea el momento oportuno para cualquier cosa que vaya más allá del «sí, señor».

Que las opiniones de quienes tienen poco y están al borde de tener menos sean mellizas de las de los que tienen mucho y según todas las previsiones, van a tener más.

Que aún haya gente presta a poner su cerebro a disposición de cualquier desconocido para que, a modo de vientre de alquiler, se lo insemine con ideas ajenas y para colmo, lo haga a cambio de nada o a precio de saldo.