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CRíTICA danza

Un aliento

 

Carlos GIL

Tiempo, gesto, ritmo. Códigos, alfabeto gestual, gramática espacial y coreográfica. Y la caligrafía por encima de todo. Un trabajo resuelto con parsimonia, apurando posibilidades, llevando los cuerpos hasta los límites marcados. Un diálogo entre dos cuerpos que confluyen o se mueven por espacios tangenciales. Dos cuerpos que se atraen o repelen por estar en la misma polaridad y en la misma frecuencia interpretativa, en el mismo lenguaje escénico, con el mismo estilo dancístico. Levedad, territorialidad, aposentamiento en el tapiz, fragmentación discursiva para recuperar el aliento, para impulsar desde otro aliento la sucesión de tramos.

Quizás la materia de la que están hechos estos movimientos, estas coreografías sea la búsqueda de una manera de expresión sintetizada. Pero lo que sucede es que todo se acelera, todo gana y se agranda debido a la incorporación de otros elementos de la puesta en escena que van tomando protagonismo, como una banda musical original que nos transporta, que se convierte en el auténtico tono vital del la obra, la que crea una dramaturgia sonora por la que transitamos emocionalmente casi sin necesidad de los cuerpos que se nos convierten en objetos, especialmente cuando a la magnífica música se une una espléndida iluminación, imperceptible pero que nos va modulando la escena, nos la dota de volumen, de transparencia o de objetividad corpórea. Y es en la conjunción de todos los elementos cuando el espectáculo toma otra dimensión, camino de algo muy bien acabado, muy sugerente.

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