Fractal
Carlos GIL | Analista cultural
Establecidos los parámetros de desarrollo y avance, abracemos el modelo matemático fractal, para intentar repetir en todas las escalas posibles, el valor de la cultura como un ingrediente imprescindible de la propia vida. Existe un peligro inminente al intentar definir lo cultural como algo que se coloca al final de la cadena de existencia ciudadana o democrática. Primero comer, después dormir, no pasar frío, vestirse y si queda algo lo dedicamos a lo más parecido a la cultura presencial. Siempre como último rebote.
Si encapsulamos el paquete, y colocamos la televisión como fenómeno cultural englobador, podemos describir entonces otro recorrido vital. La televisión es invasiva, se coloca en el centro de la intimidad. Y por esa pantalla llegan películas, series, documentales, tertulias, deportes y casi todo lo imaginable. Ponerse de espaldas a este gran productor de productos culturales es renunciar a una de las posibilidades de culturalización masiva.
Las grandes masas humanas tienen cubiertas sus necesidades de entretenimiento o de reconocimiento emocional, sentimental y hasta de pertenencia en sus decenas de canales. El deber de la gestión política consiste en repetir otras figuras culturales fuera de ese ámbito. Destelevisar la cultura en directo, para que se distinga y nos distinga. Rescatar otros placeres de vinculación entre inteligencia, corazón y deseo a través de la percepción artística genuina. Y esto no se hace por decreto ni por inseminación artificial, sino a base de entender la educación, desde la cuna hasta la tumba, como una actividad cultural vital y necesaria, no una guía para confeccionar un curriculum.