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Margaret Mazzantini | Escritora

«La función del escritor es imponer un respiro que nos ayude a participar del destino de los demás»

Antes que escritora, Margaret Mazzantini (Dublín, 1961) fue actriz. Quizá por eso el ponerse en el lugar de los demás, el comprender las razones del otro, sea para ella, más que una motivación, una auténtica necesidad de la que nutre buena parte de su literatura.

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Jaime IGLESIAS | MADRID

Autora muy popular en Italia, donde sus libros han obtenido todo tipo de reconocimientos (como el prestigioso premio Strega que ganó en 2002 por «Non ti muovere», posteriormente adaptada al cine con éxito por su marido, Sergio Castellitto), Alfaguara acaba de publicar en castellano «Mar de mañana» un relato breve y conmovedor que une presente y pasado a través de dos historias de destierro ambientadas en el eje mediterráneo que conecta Italia y Libia.

En alguna ocasión, usted ha manifestado que su literatura nace del deseo de colmar una carencia. De acuerdo a esto, ¿qué necesidad fue la que la llevó a escribir «Mar de mañana»?

Como mis anteriores novelas, esta obra nace de un sentimiento parecido, la nostalgia. No obstante, en este caso, fue además la consternación ante las imágenes que nos llegaban sobre el conflicto libio, sobre tantos destinos humanos precarios y destrozados, las que me empujaron a escribir.

Si asumimos que el escritor debe ser testigo de su tiempo, entonces ha de tener capacidad demostrada para detectar aquellas señales que le conduzcan a donde están los personajes y las historias. En mi caso, como jamás he perdido ese gusto infantil por el relato, quise comenzar «Mar de mañana» como una fábula tradicional árabe donde el pequeño Farid, criatura de arena crecida en el desierto que jamás ha visto el mar, cuando lo descubre, comprueba cómo su destino puede quedar engullido por él.

Entonces, ¿cree que la función principal de todo aquel que se dedica a la literatura debe ser observar y compartir el destino de quienes le rodean? ¿Diría que la empatía es el principal punto de partida para la creación?

Creo que la función del escritor es justamente esa, imponer un respiro que nos ayude a participar del destino de los demás partiendo de la propia vida y no de la representación que se hace de la misma en la horrible televisión, un medio que en los últimos años nos ha corrompido, produciendo una generación de jóvenes que habla con un lenguaje que no es el suyo, a través del cual buscan su momento de gloria y de reconocimiento, como si fueran los protagonistas de un reality. Frente a este artificio, creo que la literatura, cuando funciona, es la herramienta más eficaz para que cada uno se confronte con sus propios valores, sustrayéndose de determinadas urgencias estúpidas que pueden llegar a parecerle la cosa más importante del mundo. La empatía no cabe asumirse como una cuestión ideológica o temática; cada uno de nosotros es capaz de conmoverse leyendo una bella novela. A veces basta leer algo sobre la muerte de un gato para sentir cómo nuestras defensas emocionales, aquellas que parecen separarnos del mundo y aislarnos, se van desmoronando.

El destino de quienes me rodean siempre me ha inspirado. Como ya ocurría en «La palabra más hermosa», otra novela mía, también en «Mar de mañana» el punto de partida surge de confrontar el tema de la guerra y del «otro», de aquellos «otros» que, antes o después, crecerán entre nosotros, enseñarán en nuestras escuelas, trabajarán en nuestros hospitales. O quizá, en el caso de malograrse sus destinos, no pasarán de ser un cuerpo arrojado sobre las arenas de una playa, testigo de los restos y los escombros de la Historia.

En un cierto pasaje de la novela se habla del sentimiento de culpa de los ciudadanos europeos ante la herencia colonial. Cuando en Libia comenzaron las revueltas que desencadenaron el derrocamiento de Gadafi, ¿qué sensaciones se dieron en Italia?

Puedo hablar de mis propias sensaciones. A través de «Mar de mañana» he querido poner voz al relato silenciado de la comunidad italiana en Trípoli: hubo tantos italianos en Libia que hace cuatro décadas se vieron obligados a cruzar el Mediterráneo tras ser expulsados del país por Gadafi... La evocación de aquellos hechos, vinculados con la herencia colonial, me ha permitido unir la historia de una madre italiana, que formó parte de aquellos desterrados, con la de una joven mujer libia que, en nuestros días, hace el mismo viaje huyendo de la guerra junto a su hijo. Porque más allá de la Historia están las pequeñas historias. Un libro siempre surge del intento por descifrar una imagen misteriosa, en este caso la de esos barcos plagados de inmigrantes clandestinos, con sus bodegas llenas de cadáveres, que llegan a la costa de Lampedusa. Esas imágenes trascienden la actualidad inmediata pero, en ocasiones, esta te condiciona. El día que entregué el libro a la editorial me enteré de la muerte de Gadafi, así que me tomé otras 24 horas para reescribir el final.

Hablemos entonces de «herencia» en un sentido más amplio. El tema del propio legado, de los vínculos que establecemos con nuestros ancestros y, de un modo singular, con nuestros descendientes, está muy presente no solo en «Mar de mañana» sino en el grueso de su literatura. ¿Por qué?

Me interesa retratar las imperfecciones de los lazos familiares, el modo en que las carencias nos hacen profundamente humanos. Se puede decir que todos mis personajes son vidas en suspenso, vidas que están por definir. Junto al tema de los refugiados de la primavera árabe, en «Mar de mañana», como he dicho antes, está la historia de Angelina, una mujer más o menos de mi edad, con un pasado complicado desde que lograse escapar en 1970 de la Libia de Gadafi, y sobre el que, hasta el presente, ha hablado muy poco. En parte porque ella misma ha cerrado la puerta a la memoria, rompiendo de este modo con sus propios padres, prisioneros de ese pasado que ella se resiste a evocar. Es cierto que a su propio hijo le ha transmitido parte de sus vivencias, pero desde el mal humor, refugiándose en un carácter hosco y solitario. Ahora que el hijo acaba de cumplir los 18 años, ella piensa que ha llegado el momento de liberarlo de esa herencia.

Este tema de las relaciones materno-filiales ha llevado a algunos críticos a decir que sus novelas denotan una mirada típicamente femenina. ¿Está de acuerdo con ello o piensa que, a estas alturas, carece de sentido seguir hablando de literatura por y para mujeres?

No me reconozco en este tipo de clasificaciones. Para mí escribir es un trabajo de exploración interior, me interesa descubrir el lado más escabroso de cada uno de nosotros y tratar de brindar a mis personajes la posibilidad de resarcirse haciéndoles atisbar algo de luz al final del túnel. La escritura es un don que asumo agradecida pensando cómo puedo devolverlo: cada autor, hombre o mujer, lo hace a su manera. Para mí, es como una caricia. Lo hago con humildad y disciplina, escribo con el cuerpo, asumo riesgos, me la juego. Es un compromiso firme y constante que me hace oscilar entre la euforia y el abatimiento.

Hay una frase en la novela que explica muy bien los conflictos que la inspiran: «La rabia de los pobres siempre se dirige contra los pobres». La eterna lucha, ¿no cree?

Mi literatura encierra una tensión ética que, siempre desde el respeto a los lectores, pretende ofrecer una visión del mundo. De tal modo, me interesa llegar a la marginalidad, hablar del dolor, de las debilidades de los seres humanos.

Ahora que muchos jóvenes europeos están abandonando sus países de origen para buscar mejores oportunidades fuera, ¿cree que es un buen momento para reabrir el debate sobre la memoria histórica de la inmigración?

Desde mi punto de vista, diría que se ha escrito bastante al respecto, pero sí, hoy más que nunca el debate sobre inmigración y emigración me parece necesario y los escritores, antes que nadie, debemos asumir nuestra responsabilidad hacia un tema que está en el centro de las preocupaciones sociales.

Más allá de su riqueza temática, en «Mar de mañana» llama la atención la concisión estilística, el minimalismo expresivo que maneja. ¿Cómo ha trabajado para alcanzar esta precisión?

Un escritor siempre es su lengua, las historias son el regalo que haces al lector, pero al final lo que importa es el lenguaje. Cuando has encontrado este, encuentras el relato. Yo afronto el misterio de escribir un libro desde una única constante: la inquietud. Gracias a ella escribo con el deseo de seguir adelante, impulsada por una búsqueda permanente, por un sentido de transformación profundo, por la expectativa de adentrarme en otros caminos. Me gusta dejarme llevar por todo lo que me rodea: mientras vivo el día a día, me ensucio las manos con los problemas inherentes a mi condición de mujer, esposa, madre e hija. El estilo de mi escritura viene determinado por todo esto.

Cuando enciendo el ordenador no sé cuál será el lenguaje ni el estilo que emplearé. En cada nuevo libro que empiezo me siento como el hombre primitivo delante de la caverna, cuando buscaba conseguir el fuego que le permitiera cocinar e iluminar la noche.

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