Las declaraciones de ayer de David Cameron se deben leer con lupa. En Londres, ante periodistas de todo el mundo y sin que nadie se lo pidiera, dijo que no se podían desatender las voces de un país cuando habla de identidad y de independencia -dijo explícitamente `independencia'-. (...) No mencionó a Catalunya, pero no hacía falta.

Lo he dicho muchas veces: ningún país dará ni un paso oficial a favor de Catalunya hasta que no se proclame formalmente la independencia en el parlamento. Sería un gran error por su parte. Pero, mientras tanto, la diplomacia se ejerce a base de conversaciones privadas, o ya no tan privadas. Y sobre todo de gestos. De gestos que podemos descodificar y que nos ayudan a entender qué se mueve tras las puertas cerradas. (...)

Poco a poco, van acumulándose señales claras de la incomprensión hacia la actitud española de negarse a aceptar un referéndum de independencia en Catalunya. Europa no quiere más dolores de cabeza y sabe que la cuestión catalana se debe resolver, y se debe resolver diplomáticamente. Si puede ser, con un acuerdo entre España, Catalunya y, si es necesario, también la Unión.

Pero estas últimas semanas España no sólo no ha dado ningún paso adelante, sino que se ha significado en episodios cómicos que, sin embargo, alarman a Bruselas. Como negarse a reconocer Kosovo incluso cuando Serbia lo reconoce, o como el espectáculo de aspavientos y amenazas cuando la UEFA aceptó a Gibraltar. Las formas del gobierno español inquietan a Bruselas y las cancillerías europeas. Desde ayer, y gracias a David Cameron, sabemos que el mensaje seguramente ya ha sido explicitado demasiadas veces en conversaciones privadas con Rajoy mismo: Cameron no diría esto en público sin haber agotado los canales privados. Y, por tanto, podemos suponer que la presión contra el inmovilismo español ha empezado a subir de tono. (...).