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LIBERATIÓN.FR | Editorial 2013/6/9 (Traducción: GARA)

Despotismo

Los líderes históricos que creen que dirigen la historia, como señaló «The Economist», a menudo caen por un asunto trivial: la poll tax para Thatcher, la reforma del Senado para De Gaulle. El parque Gezi que Erdogan quiere asfaltar podría convertirse en el cementerio del primer ministro del AKP. Durante una semana, la sociedad civil turca se ha rebelado. La represión, a menudo feroz, alimenta al contrario la revuelta. Erdogan sigue tratando a los manifestantes como «vándalos y tontos malditos» y no quiere ceder ni un milímetro. Tiene razón al recordar que durante diez años en el poder, él y el AKP han sido elegidos y reelegidos con regularidad, y que su partido representa a la mitad de la población turca. Su país ha experimentado un crecimiento notable, mandó a los militares de vuelta a los cuarteles y Turquía es una vez más una potencia insuperable desde el Imperio Otomano. Pero los manifestantes no se rebelan contra un poder ilegítimo y corrupto como en aquellos días de la Primavera Árabe. Rechazan los fundamentos mismos del modo de gobernar de Erdogan, denunciando su autoritarismo, así como su compromiso con la islamización de la sociedad. El país cuenta con más periodistas encarcelados que China, y casi no hay medios oficiales que cubran las protestas. En cuanto a las cuestiones del velo o la limitación de la venta de alcohol, se han convertido en el símbolo de una forma de despotismo en las antípodas de una sociedad abierta al mundo. Como si Erdogan no entendiera al país que, más que cualquier otro después de Kemal Atatürk, ha transformado y modernizado.

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