Avanza plácidamente el día mientras no esperamos nada. Tan solo disfrutar de ese momento en el que el «no-hacer» resulta un lujo, ese acto simple de mirar por la ventana y pensar qué habrá al otro lado. Puede que estés ahí, haciendo lo mismo que yo desearía hacer. Imaginar sin rumbo y dejar que los minutos vayan pasando mientras disfrutamos. «No hacer nada, no hacer nada, no hacer nada» me veo escribiéndolo en la pizarra sin terminar de creérmelo. Observo a la mujer del cuadro de John William Waterhouse, en su «Dolce far niente», y la envidio profundamente. Descalza, recostada sobre su diván tranquila y placenteramente, no importan sus pensamientos, tan solo su estado. Y estar así, al abrigo del placer del relajo y que pase un día y otro, y otro, y aún queden demasiados libros por leer encima del escritorio, apilados sobre la mesilla, amontonados por la casa esperando a que les demos una oportunidad. Ejemplares de procedencias exóticas, regalos de amigos, envíos de editoriales... Algunos firmados en un arrebato, otros entregados en mano con cariño, comprados por capricho, traídos desde las bibliotecas... En todos existen razones por las que abalanzarnos sobre ellos y devorar sus letras. Todos tienen motivos para ser abandonados hasta que llegue su momento idóneo. Aunque, sinceramente, no sé cuál es el momento idóneo para cada cosa, simplemente hay momentos, sean idóneos o no. Y este me parece el perfecto para decir que espero, con diván incluido, mientras pasan los minutos y las horas, a que llegue «Agosto». Un libro de una chica, Txani Rodríguez, que escribe desde los márgenes de las urbes, al amparo de las historias cercanas y pequeñas, con ternura naïve, con estilo. Te espero «Agosto», impaciente, solo para leerte y no hacer nada más.