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Un defensa con toda la barba

Hace 30 años dijo adiós al fútbol y el Athletic a un central de los de siempre, con un disparo irrepetible, un defensa con toda la barba. Agustín Gisasola, aquel eibartarra nombrado mejor «stopper» de Europa en 1977.

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Joseba VIVANCO

El 1 de febrero de 1971, lunes, la portada de un periódico vespertino bilbaino ilustraba el debut de un joven lateral zurdo: ``Se llama Agustín y es de Eibar''. Trece campañas después, un 24 de octubre de 1982, disputaba sus últimos 14 minutos como rojiblanco ante el Espanyol en San Mamés, con el Athletic del doblete. El 27 de mayo de 1983 se despedía de su afición y del fútbol en un partido homenaje ante la Real Sociedad, el club que le quiso fichar de juvenil pero que no pudo con las ganas locas que aquel ya entonces mocetón tenía de vestir la camiseta zurigorri. Estos días se cumplen tres décadas desde que Agustín Gisasola, el que fuera considerado en 1977 por el diario ``L´Equipe'' como el mejor central de Europa, firmara su último y por siempre recordado `gisasolazo'.

Han transcurrido 30 años y hoy, Agustín no quiere saber nada de fútbol. Ni de fútbol y menos de entrevistas. «Sinceramente no me gustan mucho las entrevistas. El Athletic me paga por jugar», respondía ya en activo. Ni siquiera acudió a la reciente despedida de La Catedral. Un distanciamiento que no evita que su nombre, su poderío sobre el césped, su contundencia, su potente disparo hayan caído en el olvido de la memoria colectiva rojiblanca. Como aquellas lágrimas que derramó cuando su Athletic se proclamó campeón de Liga en Las Palmas y le pidió a Biritxinaga la camiseta con el número 13, las trece temporadas que llevaba esperando aquel día, aquel momento. Como cuando José Ángel Iribar le lanzaba con su inacabable brazo el balón, Agustín ganaba metros y en la grada retumbaba el «¡tiraaaaa... tiraaaa!» con el que le animaban a uno de sus lejanos lanzamientos. Como cuando fue a subirse a La Gabarra el día de las celebraciones sin percatarse del metro de distancia que separaba a la embarcación del muelle y cayó al agua de la Ría, con el consiguiente susto.

Nacido el 22 de julio de 1952, Txakon, que era su mote, despuntó ya por su poderío desde chaval en esto del fútbol. «Con Agustín en la alineación salíamos ganando los partidos por `acojono' de los contrarios», recuerda alguno de sus compañeros de balón de entonces. Incluso más de uno fue testigo, se cuenta, de un balonazo suyo que derribó a un fraile en Corazonistas. Un trallazo santo y seña de Agustín, al que siempre acompañó la leyenda desmentida por él mismo de que en cierta ocasión, apuesta de por medio, destrozó el reloj de la parroquia de Eibar de un balonazo. «Guisasola, el jugador con más potencia que ha habido en el fútbol español desde la retirada de Puskas», escribía Patxo Unzueta en su ``A mí el pelotón''.

«El Athletic te quiere fichar...», le susurró un día su aita por teléfono. En edad juvenil, jugaba ya en el Eibar de Tercera que pagaba primas de mil pesetas. Entonces llegó el Athletic, y la Real, incluso un ojeador le habló de él al Barcelona. El presidente realista Orbegozo le puso sobre la mesa de una cena la misma ficha que su rival bilbaino y la carta de libertad a los tres años. Pero a Agustín, cuyo progenitor era veterano socio rojiblanco, le tiraba San Mamés. Además, en Bilbo residían sus primos. Y no lo dudó.

Firmó para tres años, a razón de 200.000 pesetas los dos primeros y 300.000 el tercero, aunque tuvo que poner de su bolsillo las 25.000 a abonar al Eibar por su formación. Fue el inglés Ronnie Allen el que le hizo debutar en el primer equipo, ante el Celta. «Con sólo dieciocho años, excelente planta y cara aniñada, Guisasola es el último producto `made in Ronnie Allen'», se leía ese día en ``El Mundo deportivo''.

Esa temporada, la 70-71, jugó diez partidos, con gol incluido, al Granada. En total, 332 encuentros de rojiblanco y 19 goles en su haber, como aquel de la 76-77 que le hizo al Valencia de los Kempes, Rep y Diarte en San Mamés en el minuto 84. Fue la campaña en la que Koldo Agirre, técnico, le obligó a rebajar su peso en pretemporada. Luego, terminaría formando parte de aquel inolvidable once que llegó y perdió la final de la Copa de la Uefa. También Helmut Senekowitsch le metió en cintura, nunca mejor dicho, y en pretemporada le advirtió de que si no bajaba de los 82 kilos no jugaría. Adelgazó ocho en un mes con enorme sacrificio. Su peso siempre fue su peor enemigo, como luego lo serían las lesiones.

Tras llegar al primer equipo su consolidación llegó pronto. Incluso jugaba sin entrenar. Estaba `enchufado' en el Gobierno Militar, con permiso solo los fines de semana, y aun así, participó del Trofeo Carranza que le ganaron al Benfica en 1973 y de la Copa ganada al Castellón ese mismo año. En esas campañas 72-73 y 73-74 llegó a anotar siete y seis goles, respectivamente. Fuerza, buena salida a la contra, disparo, gol. Pronto contó con el aplauso unánime de la grada.

Se casó en 1975 con Marisa, en tiempos de Rafa Iriondo en el banquillo del Athletic, el mismo Rafa que en cierta ocasión, en Santander, le hizo jugar de delantero centro. «¡No había corrido más en mi vida! Yo iba para atrás, por la costumbre, pero luego me daba cuenta y salía disparado hacia adelante. ¡Qué paliza!», rememoraba en una vieja entrevista.

Después llegaría Koldo Agirre, se lesionaría Astrain y Agustín aprovecharía su hueco. «No me considero titular, si juego es porque Daniel Astrain está lesionado», contestaba en 1980 en ``El Mundo deportivo'' después de derrotar con uno de sus disparos al Atlético y titular este diario la previa ante el Espanyol con un llamativo ``¡Que viene el `guisasolazo'!''. Un año antes, `Agus' estuvo a punto de ser traspasado. El club -se dijo que pedía 15 millones- lo puso en la lista de transferibles, algo que se entendía solo por la necesidad de sanear la tesorería. Solo quedó en eso. En aquellos tiempos se definía a sí mismo como jugador: «Quizás carezca de la técnica o habilidad de otros compañeros de profesión, pero estos defectos los suplo con mi lucha constante y la fuerza física». En marzo de 1980, con 27 años, recibió su única llamada con la selección española de Kubala, en Barcelona, ante Inglaterra, debutante junto a otro león, Santi Urkiaga, de 21 años.

Si hay un entrenador con el que congenió y le consideró su padre deportivo fue el serbio Mirolad Pavic, el último extranjero en conseguir un título con el Athletic, aquella Copa ganada al Castellón en 1973. «Rojo II y yo éramos sus favoritos, incluso nos consultaba las alineaciones», rememoraba. José Ángel Rojo Arroitia, Rojo II, su mejor amigo en el vestuario, además de su hermano Txetxu, Lasa, Astrain y Noriega. Admirador de Iribar -de quien contaba haber visto el balón pegado a la red y al instante al Chopo lanzándole la pelota con la mano-, Pirri y Cruyff, este, al que más le costó marcar.

El cénit de Agustín llegó con Clemente -que confesaba dolerle dejarle fuera de las convocatorias- y los títulos. Eran años de continuas lesiones, de cada vez menos partidos. «Quizá me precipité un poco al dejarlo con 30 años, pero ya estaba bien de sacrificios», se sinceraba tiempo atrás. El 27 de mayo de 1983, Inaxio Kortabarria le entregó una placa de recuerdo en su homenaje ante la Real y 16.000 espectadores en La Catedral. Hoy, reside en Deba y trabaja desde hace 24 años en el centro de inseminación artificial ganadero Aberekein de Derio. «He sumado 30 años y 30 kilos», ironizaba hace poco en la revista ``Crónicas ganaderas''. Agustín Gisasola, tres décadas después, sigue siendo recordado. Su `gisasolazo'. Los gritos de «Gisa, Gisa...». Un defensa con toda la barba.

El «affaire» de su fichaje

El fichaje de Gisasola por el Athletic tuvo sus más y sus menos. Tanto que la Federación española tuvo que bendecirlo para que pudiera debutar. El Athletic llegó a hacer público en febrero de 1971 un comunicado en el que aclaraba la polémica suscitada con el Eibar. Según el club, Agustín firmó con los rojiblancos el 26 de agosto de 1970 con la idea de incorporarse en julio de 1971. Pero las lesiones del equipo llevaron al Athletic a solicitar adelantar su incorporación, hecho que aprovechó el Eibar para pedir por ello la cesión gratuita de dos jugadores, y 425.000 pesetas en concepto de menor taquilla en los partidos que no jugase Gisasola y las primas que perderían sus compañeros de no ganar en su asencia. El Athletic no aceptó. Pero dado que la carta de libertad del jugador fue entregada a su padre el 29 de enero de 1971 y éste al Athletic, el club bilbaino se hizo con el futbolista, que debutó dos días después. J.V.

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