Es en La Sexta donde más se prodiga, pero lo hemos visto además de en varios programas de ese canal, en otros canales, y no es raro que se le llame, se le contrate y se le escuche, pues con un acento catalán de esos de parodia, habla con una claridad y una cercanía extraña para los conceptos tan obtusos que maneja. Es un auténtico divulgador de la economía aplicada, un excelente analista de las situaciones que se plantean y capaz de vaticinar, en lenguaje comprensible, lo que, a su entender, y recalca cada dos minutos que lo que dice es fruto exclusivo de sus análisis, que no tienen porque cumplirse sus predicciones y que no son nada más que vagas referencias.

No obstante se está convirtiendo en un oráculo. Da gusto escucharlo, su puesta en escena con sus cartelones, dibujando esquemas, apuntando siglas, porcentajes con una letra de profesor, es decir con una letra difícil de entenderla, lo convierten en un amigo, en un consultor, en un guía para saber cuánto vamos a cobrar de pensión según los planes o recomendaciones de los supuestos expertos. Y se moja. No se corta ni un pelín, tiene una rara habilidad, puede hacer la crítica más feroz, pero siempre la presenta como una ocurrencia menor, como un asunto que tiene solución.

Es un optimista muy informado, que trasciende el lenguaje sectario para hablar a las audiencias de tú a tú. Todos sabemos que sabe, pero como nos lo cuenta tan sencillo, podemos inmediatamente asumir lo dicho por Gay de Liébana y convertirnos en unos enterados en la taberna. Se ha convertido en una estrella mediática, por merecimientos, por darnos un poco de luz, de entendimiento, en esta oscuridad tan aniquiladora de información. Entender lo que pasa puede ser un alivio. En eso es único.