Carlos GIL | Analista cultural
La boya
Entre noches en blanco y días de convivencia en Gopegi con Artekale, la práctica de la cultura se nos revela como una boya que nos marca un punto de referencia para no naufragar. Debemos ir cien veces al día de la orilla hasta la boya para saber que sabemos nadar y guardar la hacienda. Debemos bucear alrededor de la boya para encontrar los pecios más profundos donde están los tesoros que explican de dónde venimos y hasta quiénes somos.
La cultura de sedimentos será siempre más fértil que la de cultivo intensivo. El teatro, por ejemplo, siempre es biológico, es la cultura ecológica elevada a su máxima expresión. No le sientan bien los conservantes ni los colorantes. Cada representación se consume en sí misma, es el abono orgánico de la siguiente actuación, del próximo montaje, de la siguiente generación. No tiene desperdicio ninguno. Ni prisas, debe seguir su evolución, tomarse su tiempo. A veces salen frutas feas, pero riquísimas de sabor. También hay cosechas malas. Y territorios baldíos. Cuando todo es igual, aparentemente perfecto, como esas manzanas de laboratorio, el arte es una franquicia, una repetición rutinaria, un estándar de consumo y seguramente no tendrá más sabor que el inyectado por la publicidad.
Por eso en nuestro caminar hay que ir dejando garbanzos, en nuestro navegar colocar las suficientes boyas para tener referencias, para no perderse en el bosque de la urgencia, de la crisis, de la necesidad. Es muy mala la desmemoria. Tan nociva como la soberbia o la nostalgia. Ahora que la naturaleza está exuberante es cuando debemos encontrar el acomodo de la creación artista para compartir sensaciones, emociones y experiencias.