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Las grandes inundaciones son «inevitables» a pesar de los avances en las labores preventivas

A dos meses para que se cumplan 30 años de las mayores inundaciones que ha sufrido Euskal Herria en la era moderna, lo acontecido en agosto de 1983 en localidades como Bilbo, Bermeo, Laudio o Elgoibar sigue estremeciendo a quienes lo vivieron. Los expertos insisten en que son «inevitables» a pesar de la mejora en los servicios de emergencias.

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Agustín GOIKOETXEA

Interesante jornada técnica la que se desarrolló ayer en AlhondigaBilbao para analizar los efectos de un episodio «insólito», en opinión del director de Atención de Emergencias y Meteorología de Lakua, Pedro Anitua, que se saldó con la declaración de zona catastrófica en 101 municipios, 34 víctimas mortales, cinco personas aún desaparecidas y 1.200 millones de euros; 250.000 millones de las antiguas pesetas, 60.000 en la capital.

Josu Zubiaga, viceconsejero de Seguridad, destacó que existe «un antes y un después» en los servicios de emergencias ya que «se aprendió mucho de aquella situación de riesgo». Ricardo Olabegoya, por entonces responsable autonómico de Protección Civil, definió el operativo desplegado por las distintas administraciones como «un ensayo de un modelo incipiente» de coordinación. Entre las labores de aquel primer Ejecutivo de Gasteiz había también otras prioridades, confesó. «Estábamos preparando el plan de emergencia de Lemoiz», recordó. Con la misma nitidez que la llamada que recibió el 26 de agosto de 1983 a las 6.30 alertándole del desbordamiento de los ríos Deba, Oria, Urumea y Bidasoa, o de inundaciones en Itsasondo, donde los habitantes de un caserío tuvieron que ser rescatados del tejado.

«Los ríos se han enfadado y se enfadarán en el futuro y tenemos la obligación de estar preparados», comentó el director de planificación de URA, José María Sanz de Galdeano, quien incidió en que, además de los planes de gestión de los riesgos de inundación con los que se pretende contar para 2015, es importante dejar libre de construcciones los meandros naturales de los ríos.

Gracias a la prevención, a juicio de los expertos,podría disminuir el número de víctimas mortales, aunque lo cierto es que los heridos por aquellas inundaciones no fueron muchos a pesar de su dimensión, tal y como se encargaron de precisar varios de los ponentes en la jornada. También se afrontó con garantías la alerta sanitaria por los cientos de toneladas de productos que se pudrieron en las cámaras de las conserveras de Bermeo, en el devastado MercaBilbao de Basauri o en la emblemática plaza de abastos de La Ribera, a orillas del Ibaizabal.

Capítulo aparte merece el tratamiento de los bidones tóxicos muy peligrosos, vehículos y contenedores que fueron a parar a las playas getxotarras de Areeta, Arrigunaga y Ereaga, aunque los episodios se repitieron en otras localidades afectadas. En este último arenal, según relató Iñaki González, de Protección Civil de Getxo, hubo que poner hasta un dispositivo policial porque se había corrido el «bulo» de que los contenedores marinos transportaban artículos de lujo. «Estaba vacíos», aclaró 30 años después.

«No se improvisan esos operativos»

Anitua señaló que las pequeñas inundaciones se pueden intentar evitar, pero cuando las precipitaciones son muy grandes no es posible. Puso como ejemplo lo que ha sucedido en las últimas semanas en Europa Central, con Alemania como exponente. El responsable de Atención a Emergencias y Meteorología de la CAV reconoció que en 1983 no hubo coordinación. «No se improvisan esos operativos», aseveró, al tiempo que destacó la importancia de transmitir a la sociedad una «información veraz y completa» de lo que sucede rápidamente y al mayor número de personas.

Anitua insistió en lo «insólito» del fenómeno meteorológico al que se enfrentaron. Respecto al actual avance de las telecomunicaciones, con el que se podría paliar algunas carencias de entonces, puntualizó que el sistema quedaría colapsado, sin duda. Los medios con los que cuenta Osakidetza también se han incrementado, aunque lo cierto es que los responsables sanitarios destacaron ayer en AlhondigaBilbao que los servicios hospitalarios no se colapsaron y que las campañas de vacunación preventiva cumplieron su labor, evitando epidemias.

Aquel agosto que se sigue recordando los problemas fueron remitiendo con las horas en Gipuzkoa mientras se agravaba el panorama en Bizkaia y en Aiara, especialmente en Laudio. «Estábamos bajo mínimos con el escaso personal de vacaciones, con carreteras cortadas como la A-8 en Elgoibar, importantísimos daños en el repetidor del Gobierno Vasco en Ganeta... No teníamos datos», rememoró Olabegoya, antes de incidir en el papel que jugaron los voluntarios, organizados en Cruz Roja, DYA, radioaficionados o simplemente ciudadanos de a pie.

No es ninguna novedad. El entonces alcalde de Bilbo, el jeltzale José Luis Robles, publicó el 2 de octubre en todos los diarios un bando en el que resaltó el papel jugado en la villa por las comparsas o el combativo movimiento ciudadano. Para calibrar la importancia de aquel gesto, añadió el por entonces jefe de Salud del Consistorio bilbaino Juan Gondra, habría que tener en cuenta que se estima que hubo más de 20.000 voluntarios, que pala en mano limpiaron de fango el Casco Viejo, Atxuri, Bolueta, Abusu, Errekalde, Uretamendi o Peñascal.

El comparsero José María Amantes no olvida cómo bajaban las aguas del Ibaizabal y que, en su ingenuidad, al ser advertidos del peligro, subieron el equipo de música y algunos productos a un altillo. El inmenso caudal se desbordó a las 18.00 de aquel día grande de Aste Nagusia, dedicado al disfraz. Este veterano integrante de Moskotarrak trataba de que la gente que se agolpaba en las orillas las abandonara ante el peligro de que explosionasen coches o depósitos de combustible que descendían por las enfurecidas aguas. «Fue difícil de vivir de pasar de la fiesta a soportar la tragedia. Se me saltaron las lágrimas al llegar al Peñascal».

Luego llegarían las patrullas de vecinos para evitar el pillaje en comercios, ver a los componentes del circo del popular Tonetti tirar de pala con cientos de voluntarios de toda condición y edad, y tardar en olvidar el olor a barro y humedad que durante meses no abandonó muchas calles del Botxo. A pesar de la inmensidad de la tragedia, algunos de los proveedores de la txosna les hicieron pagar los suministros y eso les llevó a no poder montar su peculiar instalación festiva en El Arenal al año siguiente.

«Algo extraordinario»

Lo que se vivió aquellos días fue «algo extraordinario», también en lo que se refiere a la visión de especialistas como los meteorólogos. Así lo remarcó José Antonio Aranda, director de Euskalmet. En aquel agosto de hace tres décadas se recogieron 813 litros por metro cuadrado, de los que 589 fueron en tres días y 503 en tan solo 24 horas, de 9.00 del viernes a 9.00 del sábado. La estación de Larraskitu, puntualizó, nunca ha registrado tal volumen de agua.

«Unas cantidades demoniacas, que teóricamente solo se dan una vez cada mil años», manifestó. Aranda aclaró que en los quince años de existencia de la agencia meteorológica habrá habido tres ocasiones en que se hayan superado los 100 litros por metro cuadrado en 24 horas. «Cayeron 780.000 metros cúbicos de agua sobre el Casco Viejo», enfatizó, antes de precisar que sería como si sobre el cesped de la vieja Catedral se hubiese ubicado un cubo de 100 metros de altura. Por la Ría pasaban por segundo 3.000 metros cúbicos.

El director de Euskalmet confesó que no se sabe muy bien qué pasó. «Mariano Medina creó el término `gota fría', porque en la parte de arriba había aire frío, lo que ahora llamamos una depresión aislada en altura», apuntó. «Ahora mismo -dijo- tenemos una, pero no tenemos problemas. En 1983 hubo más circunstancias sobre las que falta información».

Entonces, al igual que en otros campos, no había medios técnicos precisos para la predicción meteorológica. Hoy Euskalmet dispone de un centenar largo de estaciones automáticas repartidas por Araba, Bizkaia y Gipuzkoa que cada diez minutos envían información, y más de cincuenta puntos de control en los ríos, además de los datos de los satélites y el radar de Kapildui.

«Seguimos sin poder afinar el cuánto y el cuándo va a precipitar en cada sitio concreto -reconoció Aranda-, pero hay un sistema de vigilancia 24 horas todo el año. Ahora tenemos información cada diez minutos y un protocolo de avisos por colores a la ciudadanía». En su exposición, explicó que «en el 83 no se sabía si los caudales de los ríos subían o bajaban. En definitiva, no se sabía dónde llovía y cómo iban los ríos, más allá de lo que cada uno veía en su sitio». Esta reflexión fue compartida por muchos de los responsables institucionales que aportaron sus experiencias, algunas muy personales.

Desde la Agencia Vasca del Agua se defienden los desembalses del Zadorra

No todo se centró en lo vivido en agosto de 1983 y su proyección actual. Tanto el director de Atención de Emergencias y Meteorología, Pedro Anitua, como el responsable de planificación de la Agencia Vasca del Agua, José María Sanz de Galdeano, defendieron los protocolos que se vienen desarrollando para el desembalse de los pantanos del sistema del Zadorra.

Anitua dijo que gracias a esa gestión en febrero se evitaron inundaciones, siendo muy consciente de que esa decisión fue muy criticada por algunos. Desde URA consideran que se ha aprendido a controlar el agua embalsada en el Zadorra. El sistema que se sigue es retener el agua en la presa cuando los ríos van altos, y cuando ha pasado el máximo nivel y comienzan a bajar es cuando se suelta más caudal del pantano alavés. A.G.

20.000

voluntarios

llegaron a trabajar en los primeros días de las inundaciones en Bilbo, a los que hay que sumar miles más en Arrigorriaga, Basauri, Ugao, Laudio, Bermeo, Bakio o Eibar.

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