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Dabid LAZKANOITURBURU | Responsable de la sección de Mundua de GARA

Yo negocio, tú negocias, él negocia... con el talibán

 

Al mullah Omar, según las crónicas tuerto en combate con el Ejército Rojo, el único ojo le debe estar haciendo chiribitas. EEUU le ha puesto alfombra, se supone que verde (por el color del islam) abriéndole oficina diplomática en Qatar.

El líder del movimiento talibán afgano ve así premiada una estrategia de casi doce años de resistencia armada, plagada de atentados sangrientos, en el cenagal afgano.

Lejos quedan aquellos últimos meses de 2011 en los que, enfurecido por los ataques del 11-S, el Ejército estadounidense sacó a bombazo limpio a los talibanes de Kabul y, luego, de su último reducto de Kandahar, anunciando prematuramente, tal y como presagió, entre otros pocos, este diario, el final del movimiento de los estudiantes (talibán) del Corán. Ahora toca negociar, sacrificando a los afganos colaboracionistas instalados en el poder bajo la cobertura de los bombardeos. Roma no paga traidores.

Occidente quiere asegurarse una retirada lo menos deshonrosa posible y sabe que para ello necesita del concurso del irredento nacionalismo afgano mezclado con una versión casi prehistórica del islam que representan los talibanes.

Estos últimos insisten en que el futuro Afganistán sea islámico. EEUU exige que hagan suya la Constitución que para el país asiático se redactó en los pasillos del Pentágono y que, al fin y al cabo, ha mantenido la sharia como la principal fuente de legislación afgana. Pura política.

Afganistán tiene su merecido lugar en la historia como la tumba de los proyectos imperiales. Gran Bretaña en el siglo XIX, Rusia (la URSS) a finales del XX y EEUU en los albores del nuevo milenio han caído uno tras otro en las emboscadas de los desfiladeros y de las arenas movedizas afganas.

Gracias a EEUU, el caso afgano se recordará en los anales como la prueba más palmaria del cinismo de los que sostienen el manido mantra de que «nunca se negocia con terroristas, y menos sobre cuestiones políticas». Al contrario, se negocia más cuanto más terrorista y sanguinario sea el otro. Y, más aún, se negocia de política, con quién y con los que conciben la política como una reedición de las condiciones vitales vigentes en el siglo VII entre las dunas de Arabia.

Otra cosa es que en Occidente haya quien insista en repetir, una y otra vez, la letanía. Más o menos como los talibanes, que recitan una y otra vez, hasta aprenderse de memoria, los versículos del Corán. Hasta llegar a perder el sentido de la realidad.

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