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cuatro décadas del centro de documentación benedictino

Lazkao, un archivo de 40 años en plena forma

«¡Jefe, tiene el Egin completo!» exclamó el 11 de febrero de 2005 el guardia civil que registraba la hemeroteca del Archivo Benedictino de Lazkao. También estaban «Deia» y «El Diario Vasco», pero no debían de interesarle tanto. Se presagiaba lo peor para la colosal biblioteca y archivo creados por el padre Juan José Agirre, pero este tesoro cultural aguantó.

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Gotzon ARANBURU

Lo que en 1973 empezó siendo la obra personal de un monje benedictino, Juan José Agirre, y ha seguido creciendo sin parar durante las siguientes cuatro décadas, constituye hoy el centro de documentación de Lazkaoko Beneditarren Fundazioa. Ahora es un equipo de tres personas, formado por el propio Agirre y por Miren Barandiaran y Etxahun Galparsoro, quien pilota la nave, una de las principales de la flota cultural vasca.

El convento benedictino de Lazkao, íntimamente ligado al de Beloke, en Nafarroa Beherea, contaba desde su fundación con una biblioteca, a la que nadie de la casa prestaba mucha atención. «Cuando me empecé a encargar yo, los libros estaban cubiertos de una gruesa capa de polvo», recuerda Juan José. Como es sabido, los conventos de esta orden han de ser autosuficientes: en Lazkao los monjes eran profesores, encuadernadores, hortelanos... trabajadores en definitiva, que tenían que procurar el sustento cotidiano de la comunidad. Cuando a principios de los años 70 del siglo pasado se cerró el colegio del convento, hubo que buscar nuevas ocupaciones para los frailes. Aita Agirre había sido profesor y pidió estudiar medicina, pero no obtuvo el permiso del prior. Juan José ansiaba salir por un tiempo de Lazkao, y la oportunidad se presentó en forma de estudiante de biblioteconomía; pudo ir a Roma, pero eligió Catalunya, concretamente el monasterio de Montserrat.

Poco motivado al principio, Agirre acabó siendo atrapado por el embrujo de los libros guardados en Montserrat. Y más aún por el archivo secreto que los benedictinos catalanes habían formado con todo tipo de documentos clandestinos y prohibidos en la época por el régimen franquista. Acabados los tres años de formación, Juan José volvió a Lazkao con una idea incrustada en la cabeza: él se iba a encargar de crear en Euskal Herria un archivo similar al catalán. Era un hombre con una misión.

Agirre desplegó una actividad frenética. Tan pronto estaba recogiendo en la calle octavillas de las huelgas obreras de Beasain o ejemplares de «Euzko Deya» sembrados por la resistencia en Donostia como escribiendo a sus compañeros de hábito en Latinoamérica para pedirles que buscaran libros, revistas, folletos... todo que estuviera relacionado con Euskal Herria y que pudieran guardar los exiliados vascos de la Guerra Civil. Y también las publicaciones, como «Euzko Gogoa», que empezaban a ver la luz en aquellos países. Naturalmente, el mismo llamamiento lo hizo a Ipar Euskal Herria y al Estado francés. Poco a poco, todo tipo de publicaciones ilegales en el Estado español fueron llegando, por los más diversos e intrincados caminos, al convento de Lazkao. El resto de la comunidad benedictina, o al menos la mayoría, apoyaba la labor de Juan José, y se acordó acondicionar un ala entera del edificio conventual para acoger el naciente archivo.

Con el paso de los años y la evolución política consiguiente, los papeles que en un principio tenían como objeto informar, concienciar o agitar se fueron convirtiendo en materia de estudio para investigadores, especialmente para los historiadores, que comenzaron a desfilar por Lazkao, donde han consultado documentos que ningún otro archivo guarda. Curiosamente, el mismo motivo, pero no la misma motivación, debió de empujar al juez Garzón a ordenar el registro policial del archivo en 2005.

El transcurrir del tiempo ha tenido otras consecuencias. Por una parte, el volumen de la documentación recogida hizo necesario habilitar un nuevo edificio para guardarlo adecuadamente, ordenarlo y ficharlo, de forma que los investigadores encuentren rápidamente el material que necesitan. No hay que olvidar que solo los carteles superan los 25.000 ejemplares y las pegatinas son más de 30.000. Por otra parte, la comunidad benedictina de Lazkao envejece paulatinamente y no se prevé que tenga relevo, de forma que aita Agirre, aunque disfruta aún de una memoria privilegiada y recuerda asombrosamente fechas, nombres y acontecimientos, necesitaba perentoriamente ayudantes para su trabajo y para asegurar la continuidad del archivo.

Un centro de documentación vivo

La solución llegó en 2010 con la creación de Lazkaoko Beneditarren Fundazioa, constituido por la comunidad benedictina, la Diputación de Gipuzkoa y el Ayuntamiento de Lazkao, y la construcción del nuevo edificio que acoge desde entonces el centro de documentación. El propio Agirre, Miren Barandiaran y Etxahun Galfarsoro se afanan ahora en la búsqueda de documentos que enriquezcan el archivo, recepción de archivos particulares y de organizaciones desaparecidas (guardan de LKI, de Elkarri o de Senideak, por ejemplo), ordenación y clasificación de materiales... Las instalaciones, modernas y funcionales, facilitan el trabajo de los profesionales e investigadores.

«El nuestro es un centro de documentación vivo, no un museo, y tiene vocación de enriquecer continuamente sus fondos. Ya contamos con una red de voluntarios que recoge todo lo que puede para traerlo aquí -indica Miren, mano derecha de Juan José- pero aprovecho para decir que necesitamos que toda aquella persona, organismo o institución que publique o disponga de carteles, revistas, folletos, pegatinas... nos los traiga, para que por medio de nosotros estén a disposición de quien desee consultarlos». Pueden hacerlo en persona, llamando al centro de documentación o poniéndose en contacto con la asociación Euskodoc, nacida del entusiasmo «de nuestro mejor colaborador, el deustuarra Gaintza», según lo define aita Agirre, el hombre que hace cuarenta años se impuso una misión y aunque la ha cumplido de sobra, no descansa.

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