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ambiente | el de íbero solo ganó en la grada

El olimpo es para Aimar, el inframundo para Irujo

Aimar fue Aimar. Así se fácil y así de sencillo. E Irujo no quiso ser Irujo, y terminó siéndolo. Tanto a tanto, pelotazo a pelotazo, saque a saque. El dios pudo con el titán, como en la mitología.

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Joseba VIVANCO

Muhammed Ali versus Joe Frazier, Magic Johnson frente a Larry Bird, Alain Prost ante Ayrton Senna, Karpov cara a cara con Kasparov, John MacEnroe con Björn Borg... El deporte de la pelota a mano también tiene sus enconadas rivalidades convertidas en legendarias. «...Y sobre las verdes tierras de Euskal Herria vive perdurable el recuerdo de aquellos hombres, pelotaris de otros tiempos que pertenecen ya a la historia de los héroes populares del País Vasco», se narra en el documental ``Pelotari'' (1964). Siempre las ha tenido y siempre las tendrá. Como ahora. Aimar Olaizola y Juan Martínez de Irujo. El dios Aimar y el titán Irujo. Otra vez, frente a frente. Enjaulados entre tres paredes. Solos. Suyas, de uno u otro, han sido 21 de las últimas 32 finales pelotazales. Otra vez, como hace ahora un año, en el mismo escenario, dividido, como las propias apuestas. No hay favoritos, solo un dios y un titán. Al final del cartón 22, como en la mitología, solo uno alcanzará el Olimpo; el otro, el Tártaro, la región más profunda del inframundo.

Salta primero Olaizola al txoko, jaleado por los suyos, pitado por algunos rivales. En la pelota hace tiempo que la grada dejó de ser juez para travestirse en hincha. Salta segundos después Irujo, al ancho, aupado por sus incondicionales. So mayoría. Peloteos. En la presentación de ambos frente al público, el de Ibero gana por aclamación. Chapa al aire. Saca Aimar; cruje el ceño de Juan. Primer punto perdido. ¡Aimar, Irujo!, resuena en un Frontón Bizkaia con algunas butacas vacías. Avanza metros Aimar entre aplausos y pitos, la pelota se le escurre a Irujo entre la pared y su mano, y 1-0. El primero de otros 21 más. Un relajado Irujo no terminaba de entrar en el partido y lo mejor para él era el luminoso de 4-3, una ilusión, porque nunca pudo ni estuvo. El campeón, de mente fría y calculadora, no perdía ni por un instante su ritual. Cabeza gacha, ajusta los tacos de la mano, se ciñe la camiseta a la altura de los hombros, sobetea la pelota, la acaricia, la hace suya. El aspirante, en cambio, la lanza contra el suelo en el 10-3. Escupe sapos y culebras por su boca con el 12-3. Patea el cuero con el 15-6. A Aimar la pelota le quiere, con Irujo, por contra, sufre, es una relación de amor y odio.

Olaizola no flojea. Pega y devuelve, es un martillo pilón que golpea la mano del rival con la misma fuerza que su resistencia sicológica. Su mente y sus remos están forjados como el hierro de aquellas ferrerías que hace siglos moldeaban el metal en su Goizueta natal. Irujo, al revés, se desespera. Extiende los brazos buscando las respuestas que no encuntra en la pared ni en su juego. Parece derrotado antes incluso de saltar a cancha. Ni relajado en los momentos previos mientras se gasta confidencias con su más joven seguidor, un rubiales de Urretxu, ni así consigue abstraerse de su oponente.

Tanto a tanto, desesperación a desesperación, Aimar suma en pos de una nueva txapela. Ni los gritos de ¡Irujo, Irujo! empujan al azul. Solo hay un color hoy como hace un año, el rojo. El de Ibero alcanza el cartón 7. Como hace un año. Y hasta aquí hemos llegado. Como hace un año. Aimar a lo suyo. Otro tanto, y otro, y otro. Una gran dejada al ancho sentencia la final y Aimar pierde su recogimiento monacal para apretar puños, soltar rabia y verse campeón. Es el 21-7. Aplausos, saca, tanto. «Berriro ere!», se escucha por la megafonía del frontón. El dios Aimar ha vuelto a mandar al inframundo al titán Irujo, un Juan que arde en la hoguera. Un Irujo que, en silencio, en medio del bullicio, agradece a la grada pulgar arriba su incondicionalidad, mientras Aimar sube al Olimpo entre aclamaciones. Fue el Aimar de siempre. El Aimar forjado estas últimas semanas en su Goizueta, donde el mineral se ha transformado en metal, listo para la final, listo para ser campeón por cuarta vez del Manomanista. Aimar fue Aimar. Subió a lo más alto del cajón con la venia de una leyenda vida, Miguel Gallastegi y sus 95 cartones. Abajo, Irujo, un año más, seguirá purgando en el inframundo.

 

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