Hace 50 años, el cronopio Julio Cortázar escribió «Rayuela»
El 28 de junio de 1963 salió de imprenta la primera edición de «Rayuela», un libro que cambió por completo el panorama literario y dio inicio a lo que ha sido denominado como el «Boom latinoamericano».
Koldo LANDALUZE
Asumido que a nosotros no nos regalaron un reloj, sino que, por el contrario, fuimos nosotros los regalados en el cumpleaños del reloj, cerramos nuestros ojos en un intento por cruzar al otro lado de un espejo habitado por sueños que empequeñecen nuestra rutina diaria. En las noches dormidas murmura el surtidor de nuestro baño y mientras su ronroneo alimenta nuestros sueños, en el cuarto de baño se escenifica lo que no debe ser visto por los durmientes.
A oscuras, estrecha e inevitablemente ligados a la corta distancia que les dicta el vaso vacío que comparten, dos cepillos de dientes se miran fijamente. Acompañados por el sonido de la trompeta del enormísimo cronopio Louis Armstrong, los dos cepillos de dientes sufren por no tener brazos con los que poder abrazarse. Para paliar este grave fallo, muy habitual entre los fabricantes de cepillos de dientes, alguien escribe para ellos un abrazo y un beso que suena así: «Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mi para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja».
El autor de este beso se llama Julio Cortázar y lo incluyó entre las páginas de ese libro, multiplicado hasta el infinito, titulado «Rayuela».
Para adentrarse en el laberinto cambiante que supone «Rayuela» resulta obligatorio conocer al arquitecto-Minotauro que lo diseño. En palabras del catedrático de literatura y escritor Miguel Herráenz -autor de varias biografías y estudios dedicados a Julio Cortázar- «Para adentrarse en el laberinto-imaginario de Cortázar hay que ser plenamente conscientes de que no hay dos partes excluyentes -realidad y fantasía- y configuradoras del mundo, sino que es la realidad quien se desdobla y genera las situaciones fantásticas. Esa es la constante por la que se rige su literatura, siendo también el eje en el que él creía en el terreno vital del día a día. Hay unos órdenes clandestinos, resbaladizos, permeables, que poco tienen que ver con las percepciones aristotélicas al uso, órdenes que determinan la existencia del ser humano. En ese ideario, él apelaba a la acción de lo que aceptamos como azar, pero que, para él, no era tal».
De entre los múltiples recorridos literarios que admite «Rayuela», tres son los más destacados. El primero, »Del lado de allá», sigue el periplo del argentino Horacio Oliveira durante su estancia en París y la relación que comparte con la Maga. Además, topamos con su grupo de amigos, englobados en el Club de la Serpiente, con los que entablan memorables conversaciones y discusiones que nos descubren la propia visión de Cortázar sobre diferentes aspectos del arte en la vida y de la vida en el arte, simultáneamente. La segunda ruta, »Del lado de acá», conforma el regreso de Oliveira a Buenos Aires, donde vive con su antigua compañera. Allí pasa largas horas con sus amigos Traveller y Talita; en el primero se ve a sí mismo antes de partir, en la segunda ve a la Maga, inolvidable y siempre presente. Finalmente, en «De otros lados», la ruta se transforma en fragmentos heterogéneos: complementos de la historia anterior, recortes de periódico, citas de libros y textos autocríticos atribuidos a Morelli, un viejo escritor y álter ego del propio Cortázar. Estas páginas, si bien en ocasiones se relacionan con los capítulos que las preceden, muchas veces no son más que estímulos imprecisos que Cortázar nos presenta para ayudarnos de alguna forma a alejarnos de la linealidad clásica de la literatura y sumergirnos en subtextos y subtextos de subtextos que conforman un viaje de ida y vuelta entre Buenos Aires y París: «Para Cortázar -recuerda Herráenz- son espacios míticos. La ciudad de Buenos Aires queda conectada a su juventud y al primer encuentro con el mundo; su acceso posterior a la experiencia de esa primera etapa de su vida que se prolonga hasta 1951. Es el imaginario que construye a base de los pasajes (en especial el Güemes, claro), el Luna Park y las sesiones de boxeo, las botellas de Hesperidina, el subte y el universo de las calles porteñas, Florida, Suipacha, Maipú, las lecherías, el puerto. En cuanto a París, ésta era un poco, y así lo dijo, la mujer de su vida. Es la ciudad mítica porque cuando caminaba por ella caminaba hacia sí mismo: calles, puentes, pasajes (el Vivianne, claro), métro, el canal de Saint-Martin. Cortázar encarna a la perfección el flâneur baudelairiano. Su conocimiento de París, del París callejeado, era extraordinario».
«De alguna manera, es la experiencia de toda una vida y la tentativa de llevarla a la escritura», respondió el propio Cortázar cuando le preguntaron qué significaba para él. «Rayuela», una obra cumbre considerada como una de las piezas fundamentales del llamado «boom latinoamericano» y un libro siempre tenido en cuenta por su riesgo y valentía. En palabras de Herráenz, «Cortázar significa la apuesta joyceana, la transgresión. Hasta «Rayuela», aun con sabios antecedentes como son los narradores argentinos Roberto Arlt con sus aguafuertes porteños, o Leopoldo Marechal y su «Adán buenosayres», nadie a ambos lados del Atlántico se había atrevido a dislocar la estructura narrativa de un modo tan explícito, nadie había apelado a un lector activo y exigente, participativo, como debe serlo el de Cortázar».
Poco antes de finalizar la escritura de «Rayuela», el autor argentino escribió a su amigo Paul Blackburn -poeta estadounidense y traductor de varias obras de Cortázar- en estos términos: «Si te interesa saber lo que pienso de este libro, te diré con mi habitual modestia que será una especie de bomba atómica en el escenario de la literatura latinoamericana». A lo largo de sus cartas y textos, el autor se esmeró a la hora de dotar un adjetivo aproximado a su obra. Llego a definirla como «antinovela», «contralibro» o «la crónica de una locura» pero siempre fue consciente de que su obra no dejaría a nadie indiferente. «En realidad me propongo empezar por el final, y mandar al lector a que busque en diferentes partes del libro, como en la guía del teléfono, mediante un sistema de remisiones que será la tortura del pobre imprentero... si semejante libro encuentra editor, cosa que dudo».
Mientras tanto, en el baño gobernado por el murmullo del surtidor... «Mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura».