Hubo quien dijo que «Rayuela» (1963) era un tango de seiscientas y pico páginas. Añado que «El libro de Manuel»(1973) es otro tango de trescientas menos; y si uno ambas novelas, es debido a que puntos en común los tienen en abundancia. Y utilizando, y adecuando, la letra del tango «Volver», diez años -que son los que las separan- no son nada, o según se mire son mucho.

Ambas, puro collage y devaneo jazz, rompen con la cronología y con la secuencia lógica, haciendo que la historia en que habitualmente reposan las novelas se tambalee, asoman fenómenos inconscientes, el narrador omnisciente se ausenta para dar lugar a las visiones de diversos personajes, avanzando entre las cavilaciones sobre la soledad y la muerte al tiempo que asoma una pretensión totalizadora epistemológica, una exploración del lenguaje y otros rasgos que hicieran decir a Luis Harss, refiriéndose a la primera de las novelas nombradas, que era «a la vez un manifiesto filosófico, una rebelión contra el lenguaje literario y la crónica de una extraordinaria aventura espiritual».

Entre la primera y la segunda, su palimpsesto, no obstante, se dio la revolución socialista, del cronopio Cortázar que supuso el tránsito de la irracionalidad, con la sombra zen y su gusto por la paradoja, a ciertas esperanzas en los procesos latinoamericanos. en marcha. Pasó de «El club de la serpiente» al que pertenecía Horacio Oliveira, protagonista de la primera, a «La joda revolucionaria» de Andrés, protagonista de la segunda.

Libros «revolucionarios» ambos, en la medida en que rompen con la fosilización del lenguaje, con el pensamiento almidonado y con todo aquello que supusiese un obstáculo a la libertad y la creatividad humanas.

Una escritura, situada en las coordenadas del naufragio de la cultura y el extravío de los humanos, apostando por los dionisiaco frente a lo apolíneo, del lado de la intuición frente a la todopoderosa razón... en busca de la Arcadia, retorno al gran útero, back to Adam, le bon sauvage.