CRíTICA: «Hijos de la medianoche»
Un siglo de la India en dos horas y media de película
Mikel INSAUSTI
Hoy en día se hacen estupendas series de televisión, que nada tienen que envidiar a las grandes producciones cinematográficas, y ése es el formato ideal para las adaptaciones literarias de las novelas. De hecho, la BBC tenía la intención de hacer una miniserie con «Hijos de la medianoche», quedando finalmente en un a todas luces insuficiente largometraje de dos horas y media. La cineasta afincada en Canadá de origen indio Deepa Mehta sabía muy bien donde se metía, ya que se sometió a un duro entrenamiento físico, como si fuera a la guerra, en los meses previos al rodaje. Por su parte, Salman Rushdie aceptó muy a regañadientes escribir el guión a golpe de tijera, teniendo que eliminar muchos personajes y ramificaciones de la diversificada trama histórica.
El proyecto se revela demasiado ambicioso para el estilo intimista que caracteriza el cine de Deepa Mehta en su trilogía sobre la India de «Fuego», «Tierra» y «Agua». Se pierde en una recreación épica y colectiva que le obliga a abarcar demasiado en poco tiempo, sin poder nunca equilibrar el conjunto. Unos personajes se comen a otros, las elipsis resultan forzadas, hay constantes cambios de género, y la narración no encuentra su tono justo. Apenas consigue esbozar con éxito la primera media hora, en la que domina un aire de cuento, guiado por la voz en off del protagonista antes de nacer, remontándose a la relación entre sus abuelos y entre sus padres. Con el intercambio de niños en el parto ya se lía todo, porque a partir de ahí entra en escena el realismo mágico con la historia de los nacidos en la primera hora de la independencia el 15 de agosto de 1947, los cuales poseen poderes extraordinarios y la capacidad de comunicarse telepáticamente entre ellos.
El simbolismo fantástico sirve hasta cierto punto para ilustrar los fuertes contrastes de tan abigarrado país, pero no termina de encajar con el seguimiento de los acontecimientos políticos, sobre todo cuando éstos implican conflictos imposibles de trasladar a una saga familiar que abarca a cuatro generaciones, y que se extienden a Pakistán y Bangladesh.