Achicharrada está la masa sanferminera. Que sí, que para la juerga lo mejor es «la calor», como cantaban los Tijuana in Blue, pero tan de sopetón no puede ser nada bueno. Ni para el cuerpo ni para el bolsillo. El primero requiere de la ingesta de más sales minerales -léase kalimotxo, cerveza y brebajes varios- y el segundo acaba por resentirse ante tan apremiante necesidad en tiempos poco propicios para el despendole económico.

Gajes del calentamiento global. Por afuera y por adentro, como las cadenas de Nafarroa. Mientras la peña se afana en echarse tragos y más tragos al coleto para combatir tan asfixiante estío y sin pensar en el día después, hostelería y tiendas adoran al dios Ra. «Mantente en lo más alto», oran sus propietarios cada mañana para que sus cajas hagan el agosto en el mes sanferminero.

Sus plegarias van a ser oídas. Porque las previsiones meteorológicas hablan de que el mercurio se va a mantener en la treintena de grados a lo largo de la semana que hoy se inicia y se prevé bastante menos concurrida. Vayan preparando gorras -sin duda, la versión municipal este año está haciendo furor-, sombreros, mucha crema solar y algún que otro crédito blando porque arrimarse a la barra va a ser tarea obligada para mantener el organismo bien refrigerado.

Y compren tijeras para acomodar el traje oficial festivo a los rigores caloríficos que se ven venir. Es en momentos así cuando uno se pregunta quién pudo ser el lince al que le dio por elaborar un diseño en el que son piezas fundamentales una faja de algodón y un pañuelo que te hace sudar la gota gorda a la altura del gaznate. Algún friolero, sin duda.

El mismo lumbreras que optó por el color blanco como mejor tonalidad para camuflar las manchas. Esas de zumo de uva fermentado que tan patente dejan tu condición de gaupasero ante los ojos de madrugadores y familia tras el regeso de la batalla. Ilógico, como la idiosincrasia propia de los Sanfermines.