La mansedumbre de «Deseadito», un morlaco colorado de 570 kilos, impidió que el primer encierro acabara en masacre. Eso y una increíble coincidencia temporal, que hizo que el tapón humano formado al final del callejón tras pasar el segundo grupo de toros se deshiciera justo al llegar el rezagado.

Todos los corredores se acababan de levantar ya cuando «Deseadito» arribó, a trote cochinero y con un despiste evidente. Le sucedió casi un minuto de puro soponcio. El toro miró y miró a la masa humana que tenía enfrente, varias filas de hombres y mujeres atrapados irremediablemente a su merced. Una embestida hubiera sido trágica, pero véte a saber qué pasa por la cabeza de un burel en ese momento. «Deseadito» se paró, se giró a cámara lenta y amagó con emprender marcha atrás, pero un corredor con camiseta azul y un pastor lo volvieron a la dirección correcta. Y poco a poco, sin apurarse, el Alcurrucén avanzó hacia los corrales. En la Plaza, con un panorama ya mucho más despejado, sí pegó un par de arrancadas e incluso alguna coz que mostró que algo de rasmia sí tenía.

Lo del montón no sorprendió a nadie. El alcalde, Enrique Maya, ya admitió al supervisar el recorrido que la cantidad de corredores era «tremenda». Hasta ocho filas humanas se apilaban en el lado ciego de la curva de Estafeta, con intención de ver pasar a los toros sin riesgo, y fueron disueltos por los municipales. Si en las mediciones hechas hasta ahora se calculan unas 3.500 personas los días más concurridos, ayer debía haber unas 4.000.

Y casi todas salieron con bien. Ni una cornada. Apunten solo un mozo de Iruñea de 36 años con fractura de cúbito y radio, un australiano de 24 años con traumatismo craneal, un británico de 44 evacuado con golpes en las rodillas, y una estadounidense de 26 a la que se apreció una lesión facial. Cuatro traslados al hospital entre 4.000 no está nada mal. Agradézcanselo a «Deseadito», un amigo.