Día del Santo y domingo. No hay mejor combinación para que la ciudad se llene de gente y esté todo a rebosar. Da igual que fuéramos al encierro, a la procesión o a cualquier otro sitio. En todos los lugares había un gentío y no se podía dar un paso.

A algunos se les fue mucho la mano y se metieron bastante más de lo que podían tolerar. Y cuando el cuerpo dice basta, dice basta. No hay adoquín lo suficientemente duro que no pueda servir de mullida almohada cuando sea necesario.

Hoy es lunes, y tirando del habitual manual de tópicos, toca decir que se acabó la avalancha festiva del fin de semana, que vamos a estar muy agustito, que se va a poder ir a cualquier sitio sin apreturas, que vamos a tomarnos un frito sin guiris, ...

Inevitablemente, para el martes ya estaremos diciendo que estas fiestas son una sosez, que hay muy poca gente, que la crisis ha hecho mucho daño, que esto yo no es lo que era y que hay que darle una vuelta.

Son lo que tienen las fiestas, que año tras año nos repetimos más que el ajo y que es extremadamente difícil ser mínimamente originales. Especialmente, si empezamos a tener el cerebro un pelín espongiforme de poco dormir, mucho beber, mal comer, demasiado fumar y excesivo desparramar.