La división política en Egipto complica el rumbo a los golpistas
Las autoridades egipcias surgidas del golpe de Estado parecían ayer dudar de la opción de elegir como primer ministro al premio Nobel de la Paz Mohamed ElBaradei, criticado por los salafistas que han apoyado la interrupción del proceso democrático en Egipto, cuya participación es clave para construir el nuevo régimen. Entretanto, adversarios y partidarios del presidente depuesto Mohamed Morsi llevaban a cabo una nueva jornada de multitudinarias marchas.
GARA | EL CAIRO
Partidarios y detractores del golpe militar que depuso el pasado día 3 al presidente Morsi volvieron ayer a medir sus fuerzas con multitudinarias marchas en El Cairo que plasman la división del país.
Los islamistas trataron de intensificar su exigencia de que Morsi regrese al poder acudiendo en masa a distintos puntos, como la plaza Rabea Adauiya o la sede de la Guardia Republicana (la unidad militar de escolta y protección del presidente de Egipto) donde creen que puede hallarse retenido.
Pero los defensores del golpe, convocados por el movimiento Tamarrod, respondieron abarrotando la plaza Tahrir en defensa del nuevo presidente interino, el exjuez de Mubarak Adly Mansur, cuya dimisión pidió ayer mismo el grupo salafista Gama Islamiya, aliado de Morsi.
La elección de ElBaradei, que el sábado anunciaron la agencia oficial Mena y varias fuentes políticas y militares, se topa con las reservas del partido salafista Al Nur, socio islamista de una coalición que está integrada principalmente por partidos y movimientos laicos.
Pero el presidente interino Adly Mansur, al que los militares designaron después del golpe de Estado para reemplazar a Morsi, anunció que aún no había adoptado una decisión pese a que la elección de ElBaradei es, a sus ojos, «la más lógica».
Candidato de la élite
Parte de la oposición laica ha elegido a ElBaradei -de 71 años, exdirector de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA) y premio Nobel de la Paz en 2005- como su «voz» en la transición abierta en la era post-Morsi. Su nombramiento al frente del Gobierno aportaría a la «transición», vigilada por el Ejército, «el lustre de una personalidad internacionalmente reconocida con firmes convicciones democráticas», según sostienen algunos de sus promotores.
En cambio, parece claro que va a enfurecer a los islamistas de todas las tendencias, independientemente de que sean partidarios o no de Morsi, ya que le reprochan ser más popular en los salones de El Cairo que entre el pueblo llano.
El Partido islamista Justicia y Desarrollo (PJD), que encabeza el Gobierno marroquí, ha condenado el «golpe contrario a la legitimidad democrática» en Egipto, cuando el rey Mohamed VI felicitó el pasado viernes al presidente de facto, Adly Mansur. El secretario general adjunto del PJD, Abdala Baha, quien además es ministro de Estado sin cartera, señaló que «los errores que el mismo presidente (egipcio) Mohamed Morsi reconoció no justifican en absoluto el golpe rechazable». Ha sido la primera expresión pública sobre lo sucedido en Egipto en los últimos días procedente del PJD, un partido que ideológicamente es cercano a los Hermanos Musulmanes egipcios. Su secretario general y presidente del Gobierno, Abdelilah Benkiran, ha mantenido hasta ahora un prudente silencio.
La división que causa el golpe egipcio en Marruecos es consecuencia del distinto papel que tiene cada cual en el país. El rey se ve como la garantía de que el islamismo político no vaya demasiado lejos, por lo que apoya la decisión del Ejército en Egipto. El PJD, al contrario, teme convertirse algún día en la víctima de una maniobra similar en su propio país.
Washington no defiende el golpe con el entusiasmo que cabría esperar. El presidente Obama «repitió que EEUU no está alineado ni apoya a ningún partido político ni grupo egipcio en particular», según informó el sábado la Casa Blanca en un comunicado. El presidente ruso, Vladimir Putin, manifestó que «Siria ya está inmersa en una guerra civil, por triste que parezca, y Egipto se encamina en esa dirección». GARA