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Tres corredores sobreviven a las cornadas en una carnicería para no olvidar

Tras la calma, la tempestad. El encierro de El Pilar se recordará muchos años, sobre todo por la lucha titánica de «Langostero» y Diego Miralles en Estafeta. Se llevó tres cornadas pero salvó la vida. Peor está el estadounidense de 20 años embestido en Santo Domingo: perdió el bazo.

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Ramón SOLA | IRUÑEA

Los salmantinos de El Pilar entran por derecho propio en la lista de los toros más pavorosos. Y Diego Miralles, castellonense, 31 años, con su camiseta azul y amarilla, en la de supervivientes milagrosos. Nada menos de 35 segundos pasó a merced de un morlaco sediento de sangre, «Langostero». Más de medio minuto en el que sufrió al menos ocho embestidas de todos los colores, además de un buen número de patadas y pisotones.

No hay nada más terrorífico en el encierro que un toro encelado con un corredor. Le pasó hace unos años a Julen Madina en el callejón, y ayer a Miralles en Estafeta. «Langostero» lo levantó por los aires en plena carrera junto a otro corredor -dos por uno en la misma embestida- pero luego decidió que iba a acabar el trabajo con este. Buscó al joven en la parte derecha, lo levantó, lo llevó al centro, lo volvió a cornear... Miralles, experto corredor de bous en el Levante, intentó huir pero no lo logró, entre otras cosas porque para entonces ya estaba casi desnudo y el pantalón a la altura de los tobillos le impedía escapar. También logró aferrarse a un pitón, lo que fue decisivo.

La secuencia fue larga, interminable. Un puñado de corredores valientes citó a «Langostero», le tiró del rabo... pero nada servía. Se percibieron con claridad dos cornadas, una en la pierna y otra en la ingle. Al final fueron tres, ninguna de ellas mortal. Cuando aquello ya resultaba insoportable, entre tres mozos lograron tirar de la pierna de Diego Miralles y sacarle del lío. Les debe la vida.

La carrera estaba definitivamente torcida, con el morlaco negro negrísimo de El Pilar corriendo a su bola. Llegó a Telefónica andando y en una de sus embestidas contra la valla hundió el asta en la axila de otro corredor tocado con una camiseta amarilla, de 42 años y vecino de Terrasa. Fue un metesaca brutal también y hubiera sido definitivo si hubiera alcanzado la yugular, de la que estuvo realmente cerca.

Antes, al final de Santo Domingo, se había registrado ya otra cogida muy, muy fea. Esta vez la víctima fue un estadounidense de 20 años. Su altura le salvó la vida, porque «Burrañote» le alcanzó en la cadera y no en el corazón. El mozo se había tropezado y había caído hacia el centro de la calzada, donde llegaba el burel a toda pastilla. La cornada dolió solo de verla, porque el propio corredor delató el sufrimiento en su grito.

Es el peor parado de este dantesco encierro. A primera hora de la tarde se confirmó que había perdido el bazo, aunque no se teme por su vida. Llegó con una fuerte hemorragia interna. En el caso de Miralles, son tres cornadas, en las dos piernas y en la ingle, pero increíblemente de escasa profundidad, cinco y seis centímentros. Está grave también, pero saldrá adelante y seguramente sin secuelas.En cuanto al catalán del callejón, tiene una cornada, pero con dos trayectorias. Está catalogado como menos grave: el sitio en que recibió el pitonazo era feo, pero benigno. Lo podrá contar. Igual que el resto de los que vimos, vivimos y sufrimos los cinco minutos más brutales en años.

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