Había una vez una televisión en blanco y negro habitada tan solo por dos canales. En aquellos tiempos grises y a pesar de su aspecto severo, las imágenes vestidas de blanco y negro no impedían el muy humano anhelo de imaginar. El electrodoméstico esencial simulaba a ratos ser una ventana mágica a través de la cual era posible cruzar el umbral de lo imposible. En ocasiones, aquellas excusas catódicas, como por ejemplo el inolvidable espacio de Chicho Ibáñez Serrador, «Historias para no dormir», aparecían señalados con dos flamantes rombos. Para las generaciones de los 60-80, los célebres «Dos Rombos» simbolizan el caduco intento de moralizar unos contenidos que podían subvertir en exceso la imaginación de los televidentes. Condenados a ser pasto de los frikis que portan en sus camisetas este emblema de la censura franquista, los dos rombos, lejos de caer en el olvido, regresarán en estos tiempos que, si exceptuamos el color, cada día se emparentan más con la grisura de aquel paisaje.

La función de estos dos rombos, que nacieron en 1962 como método para regular contenidos por el comité de censura de TVE, era advertir si un programa era apto para niños o no. Era sencillo: un rombo, adecuado para mayores de 14 años; dos rombos, para mayores de 18 años.

Este sistema desapareció en 1985, pero el Gobierno de Rajoy está trabajando en un sistema destinado a «homogeneizar los sistemas de calificación por edades» que guarda mucha similitud con los «Dos Rombos». Habría contactado con el PSOE para «desarrollar un sistema de pictogramas o imágenes identificativos que acompañen a las obras audiovisuales y que permitan al público identificar a priori contenidos específicos».