Sigue habiendo defensores de la existencia del Cryptex formados en la lectura de «El Código Da Vinci», pero los que investigan el paradero del Santo Grial ésos ya son de otra estirpe universitaria. ¿Qué hacemos viendo documentales-basura sobre el Indiana Jones de turno de la Universidad de Michigan o las verduras a la plancha de freidora de ese cocinero de Carabanchel Alto? Quién lo sabe. Quizá, de vez en cuando, buceando en las basuras televisivas encontramos piedras preciosas o puede que lo que nos pasa es que estamos hasta el cogote de estupefacientes derivados del estrés vital y laboral y simplemente necesitamos lobotomizarnos con el taladrador televisivo. De ahí a leer un libro hay solo un paso. «Siempre te quedará el poder del mando a distancia» suele decir un amigo y aun sin faltarle razón, inmediatamente después, ambos compartimos el visionado de un sublime programa en el que lo más elegante es una escultura de todo a cien de un Buda potolo a pie de azulejo. «Es que no puedo dejar de mirarla» y frases así surgen de ese estado existencialista en el que a una le sumergen algunos shows televisivos. Cuando pasen los años y alguien desentierre discos duros repletos de tesoros, se convertirán en inestimables bienes arqueológicos de la televisión hipermoderna. Alguien sabrá valorarlos en su justa medida. A su lado, el legado de Bill Viola, carne de Museo Guggenheim, será un burdo intento de trascendencia. Grabar la agonía mortuoria de tu madre o el parto de una amiga para después mostrarlo al mundo habrá sido superado con creces por momentos «Twilight zone» de Gandía Shore y videoinstalaciones como «Temporalidad y trascendencia» serán pasto del olvido.