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Una puerta a medio cerrar y la marabunta desatan el infierno

Un joven de Gasteiz de 19 años fue el peor parado del mayor infierno visto en el encierro en 36 años. Un montón horrible, desatado por una masa aterrada que impidió abrir del todo una puerta del callejón, dejó más de 120 atendidos y 19 hospitalizados por traumatismos y asfixia.

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Ramón SOLA | IRUÑEA

El corazón sanferminero sigue en un puño tras el terrorífico séptimo encierro. Un montón en la entrada a la Plaza como no se veía desde 1977 sembró la congoja en el mundo entero, y la mantiene en el entorno de un joven gasteiztarra de 19 años que todavía no está fuera de peligro. Empecemos, pues, por lo importante. Hoy se ofrecerá un nuevo parte médico, después de que a mediodía se destacara que su situación se había estabilizado pero harían falta 24 a 48 horas para despejar las incógnitas.

El mozo está en la UCI a causa del aplastamiento y la asfixia. Lo mismo ocurrió con otro joven, esta vez irlandés y de 28 horas, que fue sacado del montón en estado inerte e hizo temer lo peor. Sin embargo, el doctor Hidalgo, cirujano jefe de la Plaza de Toros, subrayó que desde el inicio alarmó bastante más el estado del joven vasco. Tuvo que ser reanimado en minutos y entubado para practicarle respiración asistida. Su caso, por circunstancias y edad, remitía al del txantreano José Joaquín Esparza, fallecido con solo 17 años por aplastamiento en aquel tétrico encierro de 1977.

La lista de heridos es casi interminable, pero ninguno está grave. Solo por el montón tuvieron que ser hospitalizados diecinueve corredores, en un lento goteo que puso a prueba todos los dispositivos. Sin embargo, el número total de atendidos por el amasijo de humanos y morlacos ascendió a más de 120, de modo que el patio de caballos de la Plaza de Toros se convirtió en un auténtico hospital de campaña, mientras los más graves eran tratados en la enfermería y los dos quirófanos.

Se les suman otros cuatro evacuados al hospital por golpes en el resto de la carrera, que obviamente pasó a segundo plano por el montón. Dos de ellos tienen puntazos de escasa gravedad, uno en Estafeta y otro al entrar a la Plaza. Solo el terror que invadió también a los Fuente Ymbro explica que no hubiera más cornadas en la montonera. El mero impacto de los astados al llegar pudiera haber provocado ya algún muerto, pero afortunadamente lo hicieron con la testuz levantada.

La puerta de los forales

Y todo se inició por un fallo técnico, reconocido en la rueda de prensa conjunta del alcalde, Enrique Maya, y el consejero de Interior, Javier Morrás, a mediodía tras una reunión extraordinaria y urgente de la Junta de Seguridad. La secuencia de la cámara fija que graba la entrada a la Plaza de Toros lo reveló todo.

En ese acceso al ruedo hay una puerta doble. La práctica habitual es que una de las hojas no permanezca abierta del todo desde el principio, sino entreabierta para que los efectivos de la Policía Foral que llegan desde el callejón puedan entrar al pasillo interno de la Plaza antes de que llegue la manada. El consejero Morrás apuntó que se les deja «una rendija», pero las imágenes muestran que al menos ayer esa puerta estaba excesivamente entreabierta. Con los forales llegaron en tropel cientos de participantes -la mayoría extranjeros, desorientados y asustados-, que optaron también por entrar en el callejón interno en vez de acceder al ruedo. Ello hizo que el encargado de abrir totalmente la puerta no pudiera hacerlo, y que en un momento fuera incluso arrollado por la masa y perdiera su sitio. Después, esa misma marabunta empujó la puerta por su presión y la cerró. Con ello, la anchura habitual de entrada en el ruedo quedó reducida a la mitad, los corredores se apelotonaron, cayeron... y en segundos se organizó el caos.

La presencia de los forales en el callejón resulta necesaria para que empujen hacia adelante a los corredores que se quedan parados o necesitan cualquier ayuda. Pero parece necesario que luego tengan alguna otra vía de salida sin recurrir a entreabrir esa puerta. Se estudiará detenidamente tras las fiestas.

Paradójicamente, ese mismo portón desatascó el problema al final. La manada vio hueco para salir el callejón interno y una mano salvadora abrió otra puerta para evacuarles al ruedo. Se acababa la pesadilla.

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